Buscar resultados para 'fabrizio reyes de luca' (15)
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Vivimos en una sociedad en la que el lenguaje está tomando un fuerte componente de agresividad. Con mucha frecuencia, los insultos y los ataques entre las personas y los grupos políticos, provocan profundas heridas en la convivencia social. La teoría indica que cuando enfocamos nuestra mente en algo, y a esto le agregamos el sentimiento y la emoción para expresarlo, estamos exteriorizando y materializando un poder que afectará positivamente nuestro entorno. Las palabras son capaces de crear y sanar pero también destruir. Los seres humanos que practican el bien, tienen la habilidad de ayudar a sus amigos y ser solidarios con ellos. No temen mostrarse vulnerables, porque creen en su singularidad y están orgullosos de ser los que son. No dicen todo lo que saben, aprecian a los demás por lo que hacen; no son avaros ni envidiosos, actúan con serenidad y altivez; no hacen chismes de los comentarios que escuchan, saben callar y no se meten en lo ajeno. Aman y protegen a sus familias. En la prosperidad no se envanecen, y la desgracia no los doblega, porque confían en sus talentos, cualquiera sea su ideología o la creencia religiosa que tengan. Si cada uno de nosotros estuviésemos conscientes de que la energía liberada en cada palabra, afecta no solo a quien se la dirigimos sino también a nosotros mismos y al mundo que nos rodea, empezaríamos a cuidar más lo que expresamos a los demás. El lenguaje decadente está siendo utilizado cotidianamente entre nosotros. Este lenguaje suele expresarse en tres vertientes muy peligrosas para la paz social. La primera es la violencia verbal. Por la cual en el hablar, manifestamos la ira que habita en nuestro interior. Cuando esto ocurre, de nuestra boca salen palabras hirientes que humillan, injurian y desprecian a las personas. Cabe preguntarnos: ¿Por qué está tan extendido este lenguaje lleno de insultos? Generalmente, este comportamiento tiene su origen en el rechazo, la venganza, la antipatía, la envidia o también puede derivar de la inconsciencia. La maledicencia es otro rasgo negativo del lenguaje de mal gusto que usamos para referirnos a los demás. Muchas de nuestras conversaciones están cargadas de palabras que reparten condenas, siembran desconfianza, irrespeto y multiplican las sospechas. Son palabras que nacen de nuestra mediocridad y que no alientan ni construyen la armonía, sino por el contrario, crean ambientes muy negativos. Y una tercera vertiente de nuestras manifestaciones del lenguaje decadente, es la vulgaridad. ¡Cuántas expresiones groseras proferimos y escuchamos en cualquier ambiente! Desgraciadamente, no está de moda el lenguaje amable y de palabras educadas, parece que más impacta la chabacanería. Este fenómeno de convertir el lenguaje en un arma destructora, puede producirse en la familia o con los amigos, en los medios de comunicación, en la política, en las reuniones sociales, en las escuelas y colegios, en el deporte y hasta en el ambiente laboral. Ante esto, es necesario el "desarme de la palabra". Las armas no son solo los revólveres, los cuchillos o las bombas. Hay muchas formas de agredir, y una de ellas es con la palabra. Este tipo de desarme, es necesario que lo practiquemos todos. Este desarme ha de producirse rompiendo el individualismo y el desmesurado afán en la búsqueda de la eficacia y del éxito que arropan a nuestra sociedad. El desarme de la palabra se concreta, cuando cultivamos en nosotros la paciencia, el respeto, la discreción, la prudencia, la honradez y el sentido del deber. Ernesto Sábato, sostuvo: "Dentro de la bondad se esconden todas las formas de la sabiduría. Podemos afirmar sin ambages, que un Estado suele ser mejor gobernado por una persona buena, que simplemente por buenas leyes". El maestro Confucio, predicaba: "La bondad es el clima donde se desenvuelven todos los derechos humanos. Es cierto que no todas las personas pueden ser muy inteligentes, grandes e importantes pero todas pueden ser buenas". Para ser consecuentes, procuremos ser pacientes y humildes; hagamos algo por el bienestar de nuestros congéneres, concedamos la razón cuando la tienen; debemos reconocer nuestros errores y limitaciones; no nos creamos sabios ni poderosos; no humillemos ni acusemos a otros, por nuestros errores. No subestimemos ni censuremos la moral ajena. No nos conformemos con alabar y ponderar a las personas buenas, resulta mejor imitarlas y tratar de ser como ellas. La mejor manera de enfrentar al mal, consiste en practicar el bien. Procuremos no vencer la malicia con más maldad o con propósitos de venganza, sino con acciones bondadosas. El bien y la bondad, nos permiten superar las contrariedades de la vida y convertirlas en parabienes. Donde se encuentra una buena persona, nace y florece la esperanza, madura la empatía hacia los demás y se enciende la lámpara de la fraternidad. En consecuencia, hagamos del lenguaje un gran vehículo de comprensión, de comunicación, de cordialidad y, fundamentalmente de paz social. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
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Ciertamente, Ecuador enfrenta una preocupante degradación del imperio de la ley, las normas y los valores morales. Hace casi 11 años, he venido denunciando lo que todos hemos observado desde los albores de la década de los noventa del siglo pasado: un deterioro progresivo de los valores humanos fundamentales, que deben inspirar el desempeño de una colectividad decente, con deriva hacia sus contrarios, es decir, transitando por el camino de un aumento de los antivalores. Pero, ¿es esta penosa situación privativa de nuestro país? No, en modo alguno. Y para muestra, cito una reflexión válida para estos tiempos: “Se ha creado un clima de desconfianza, recelo y competencia a degüello. Y en él, las semillas del espíritu colectivo y la ayuda mutua se asfixian, se marchitan y decaen” (Sygmunt Bauman). Lo anterior nos indica que, en todas las latitudes, hay personas muy preocupadas por el déficit que acusa la democracia actual como sistema político y el peligro que se cierne sobre ella, amenazando con hacer colapsar el sistema de partidos que la sostiene. Y más aún, que muchos pensadores se están ocupando del tema, al tiempo de hacer propuestas alternativas que propicien un debilitamiento de lo que a la filósofa política estadounidense Nancy Fraser, se le ha ocurrido identificar con el oxímoron “neoliberalismo progresista”, y por qué no, del naciente “populismo reaccionario”. Uno y otro constituyen un retroceso para que las comunidades rescaten esa armonía de propósitos nobles, que dan sentido a la democracia constitucional. En nuestro país, ese déficit de democracia nos sorprende cuando para nosotros apenas si constituye un ensayo, hasta la fecha frecuentemente interferido por la ineptitud de muchos que, por no encontrar otros espacios dónde ir a parasitar, se cobijan en la política y el Estado; y, hasta terminan siendo apreciados por los tontos útiles no solo como “avezados políticos”, sino también como nobles seres humanos y filántropos, cuando realmente son promotores del sistema político de la mendicidad, que provee el dinero de la receta, la urna para el fallecido y la ambulancia para trasladar a los pobres, cuando su salud se agrava. En la posmodernidad de figuras prefabricadas, algunos políticos y periodistas ecuatorianos, piensan que en el mundo solo brillan dos colores que se odian, invaden y destruyen. Ambos colores, turbios y mezclados ignoran lo que dijo en 1918, el célebre humanista y Premio Nobel de Literatura, Rabindranath Tagore, padre del nacionalismo en la India, aunque la frase suene un poco pesimista, señalaba: "...La historia ha llegado a un punto en el que el hombre moral, el hombre íntegro, está cediendo cada vez más espacio, casi sin saberlo (…) al hombre comercial, el hombre limitado a un solo fin. Este proceso, asistido por las maravillas del avance científico, está alcanzando proporciones gigantescas, con un poder inmenso lo que causa el desequilibrio moral del hombre y oscurece su costado más humano..." (Nacionalismo, 1917). Si bien la filosofía y la literatura han cambiado a la gente en su forma de pensar, es cierto que una especie de esclavitud se cierne sobre el hombre que ha desechado las asignaturas humanísticas de la gran mayoría de las carreras universitarias. Las profesiones de humanidades modernas carecen de ingresos mercuriales. Asignaturas como el derecho, religión, geografía, ciencias naturales, historia, filosofía, arte, dramaturgia y música, desde perspectivas históricas, parecen resistirse ante el poder de las autoridades académicas de hoy, empeñadas en dar a conocer el disparate de vivir con un calcetín agujereado dentro del cerebro. Nuestro reto es educar para mejorar el sentido selectivo de nuestra representación, que ese intento de hacernos ver el mundo a través de una sola perspectiva, es el responsable de ignorar que muchas democracias carecen de riqueza intelectual. Esto permite que un ser humano se sienta inferior ante sus pares, resignados a una vida irreflexiva. Toda democracia de ciudadanos carentes de empatía, engendrará de forma inevitable más formas de estigmatización y marginalidad, lo que agrandará sus problemas sociales, en vez de resolverlos. En otro de sus célebres ensayos, el escritor de origen hindú, aseguró que “al hacer uso de las posesiones materiales, el hombre debe tener cuidado de protegerse ante la tiranía de ellas. Si su debilidad lo empequeñece hasta poder ajustarse al tamaño de su disfraz exterior, entonces comienza un proceso de suicidio gradual por encogimiento”. Vivimos una crisis de proporciones gigantescas, a nivel mundial. Esto no es una nota de propaganda electoral, ni una alusión en busca de simpatías o intereses. Si no hay humanismo, no hay ni habrá democracia. La idea de que la educación siga influyendo de manera negativa en que el desarrollo económico, se traduzca en una mejor calidad de vida, es dislocada y con falta del más mínimo indicio de ética, en quienes la promueven. Debo afirmar que en mi propia experiencia, tuve maestros que no trataron de lavarme el cerebro con ideas absurdas, más bien, me enseñaron que el mundo no es solo un manantial de apariencias, sino un conglomerado de seres pensantes, que debemos rescatar. Hoy, se insiste en este plan educativo pernicioso para la democracia, porque no existen suficientes argumentos de que las humanidades constituyen los cimientos de una auténtica ciudadanía universal. Y los países que continúen descuidándolas, corren un inevitable peligro. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
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El descuido del ser humano por la sociedad de la posmodernidad ha conducido a un resquebrajamiento de su conciencia moral. Asimismo, el abandono de la fe ha llevado a muchos, a una especie de “liberación” frente a los imperativos morales. No se trata de rechazo de una norma concreta o de otra, sino de un auténtico “vaciamiento ético”. Sin lugar a duda, los buenos hábitos morales refuerzan la capacidad de juzgar razonablemente. En cambio, cuando éstos faltan, resulta más fácil que se extravíe la razón, generando “ciudadanos sin conciencia ni moral". En los últimos años, ha surgido un modo puramente subjetivo de posicionarse ante lo moral. Incluso, hay quienes evalúan todo código moral como una imposición que atenta contra la libertad personal. Por otra parte, también es cierto que se actúa como “por inercia” y que grupos importantes de la sociedad viven en una cultura moral de otros tiempos. Por ejemplo, seguimos hablando de amor, de justicia, de verdad, de respeto al otro y de solidaridad con los demás, pero no practicamos lo que predicamos. Pero tales palabras han perdido fuerza. Paulatinamente, los grandes valores éticos están siendo sustituidos por los intereses personales. A la hora de la verdad, lo que cuenta es el propio provecho y el placer personal. Así, ese “vacío ético” comienza a manifestarse en la sociedad, a través de una ciencia económica “sin conciencia” que termina generando desempleo y pobreza entre los más desposeídos. La corrupción crece en la medida en que otros intereses suplantan la vocación de servicio a la que están llamados, por ejemplo, los políticos, que deberían estar orientados al bien común. De igual manera, la permisividad absoluta en lo sexual y la escasa valoración de la fidelidad conyugal, acarrea cada vez más sufrimiento a las parejas, a los hijos y a los hogares. Pero más aún, los medios de comunicación se han convertido en poderosos mecanismos al servicio del dinero y de la mentira. Definitivamente, se han rebasado los límites. Todo se compra y se vende. Incluso, los dolores más secretos y las emociones más íntimas. A raíz de todo esto, se ha comenzado a deformar la conciencia colectiva. Definitivamente, no podemos continuar por este camino. Los daños que se están cometiendo contra el individuo y su dignidad, son muy graves. La ausencia de moral en la sociedad conduce a la destrucción de la humanidad. Hay que pensar más en los demás. Un país no puede institucionalizar la corrupción y sustituir los principios morales por la simulación. La justicia tiene que constituirse en la piedra angular para transparentar el ejercicio del poder. Necesitamos un sistema judicial que no discrimine al pobre y que castigue por igual, al desposeído y al rico que infrinjan la ley. No se debe negociar la impunidad para nadie. La justicia no está haciendo su trabajo y, además, está parcializada. Hay que comenzar a implementar y a vivir un sistema de valores éticos, asumidos personal y socialmente. La sociedad tiene que encaminarse a ser más solidaria, justa y compasiva. En el pasado, los ecuatorianos fuimos inducidos y sometidos a un proceso de degradación moral y ética, que afectó principalmente a la juventud, que debe convertirse en la reserva de nuestra nación. La democracia no debe ser una instancia para alcanzar el poder con los recursos que han sido sustraídos al pueblo, que no percibe la solución a sus necesidades básicas, pese al sacrificio tributario que tiene que asumir. El camino asumido es contrario a la verdad, al buen ser y buen hacer. Necesitamos más luz en la conciencia humana, para redescubrir la importancia de los valores éticos y recuperar colectivamente el comportamiento moral, así como también, la verdad última del ser humano. Tenemos que avanzar hacia un mejor porvenir y no pensar que los actores políticos del pasado tienen la solución de una crisis moral que ellos mismos provocaron, por su avaricia. La clase media tiene que empoderarse, porque a ella se sobrecarga de impuestos para solventar un presupuesto nacional, que deberá ser transparentado en su ejecución. De ahí que la equidad tiene que empezar con el sometimiento a los órganos del poder judicial, de aquellos que no puedan justificar su enriquecimiento. Estos señalamientos deben obedecer a la convicción de un credo que nos dé una filosofía, en la cual encontremos la ética en nuestras acciones. Hemos de convencernos que aquel a quien esperamos, ha sido enviado por Dios “para ser testigo de la verdad”. Y, quien es de la verdad, escucha su voz con prontitud y celebra la Navidad. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
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Los principales actores de nuestro sistema democrático están poniendo en práctica un peligroso juego relativista en lo moral, en la interpretación de las normas jurídicas, en las explicaciones debidas a la población acerca de su proceder y, en fin, en todo cuanto por su naturaleza está expuesto al control social. Pero lo peor de todo es que tal conducta es tan contagiosa que ya, hasta los considerados por el pueblo como los más calificados para hacer de manera firme ese control social, parecen habernos contagiado de la inopia moral. En cada opinión, docta o indocta, cabe ponernos a recaudo del engaño que pueda venir envuelto en las buenas intenciones del acerbo crítico. En una sociedad donde los ideales se negocian, la lealtad se traiciona y el saqueo de los recursos del Estado justifican su ejecución; la inconducta está sustentada por voces mediatizadas que carecen de dignidad. Se trata de exponentes de denuncias pagadas y difamaciones compradas, usando corbatas finas que sirven como baberos de expresiones aduladoras e incondicionales de servilismo hacia los poderes de turno, hasta llegar a etiquetarse probos de la incapacidad, fungiendo como mercaderes de la información clasificada. Las redes sociales, por ejemplo, están inundadas de opiniones que van desde verdaderos galimatías hasta los bien hilvanados conceptos teóricos sobre los temas más relevantes de la agenda pública. Pero, insisto, de todos, cabe preguntar: ¿cuál es ese discurso creíble? Por desgracia, hoy, ninguno. Porque detrás de muchos discursos -y en este caso hay que resaltar de manera preponderante los discursos de los famosos líderes de opinión- puede haber escondido un acto veleidoso de un ente promiscuo conceptualmente, de un velero empujado por el viento del dinero. Estamos construyendo una sociedad charlatana, en la que muchos de sus principales hombres y mujeres no reparan en lo que se pueda pensar de ellos. Lo que cuenta es armar el escenario adecuado, para que las cosas salgan a su antojo. Andan descaradamente en una actitud envidiosa, indexando todo a la medida de sus ambiciones, o las de quien los compra: lo que haya que cambiarle a la ley, para acomodarla a sus intereses, que se le cambie. Y, como vamos, hasta la democracia también la podremos cambiar, y hacer una nueva, constituida de nuestros desaciertos. Es la nueva forma de hacer Patria sin país, sin la veracidad de los hechos que nos hacen libres, rechazando la expresión de la esclavitud que representa la mediatización que ahoga los principios y condicionan el bien común, en favor de la toma de decisiones privilegiadas de minorías. La simulación es el arma efectiva que enmascara la realidad de la falta de equidad. El propósito es otorgar las oportunidades a los timadores y a los comprometidos con la impunidad. El compromiso es ineludible, apoyando un nuevo liderazgo capaz de concertar un capital social moral que represente un mejor futuro para la sociedad ecuatoriana. “La política no es una especulación, es la ciencia más pura y digna después de la filosofía, para así ocupar las inteligencias nobles”. Caminemos juntos por la educación para rescatar nuestra cultura, y con ella, apreciar nuestro verdadero valor como nación. Todo este escenario invita a preguntarnos: ¿Hasta cuándo y hasta dónde? ¿Cómo vamos a retomar el camino de lo ético, cómo vamos a recuperar esa credibilidad perdida merced a la práctica del "sálvese quien pueda"?. Los temas más recientes batidos en nuestra coctelera política son la mejor muestra de que estamos cautivos en una odiosa babel que acrecienta nuestra crisis de confianza: en cada situación surge el ruido caótico de las divergencias que buscan, todas, el famoso “báratro”, la idea luminosa, sin distinguir entre medios correctos e incorrectos, sin reparar en el daño que estamos haciendo a nuestra institucionalidad democrática. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
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Siempre recuerdo la anécdota que bien ilustraba el recordado escritor estadounidense Stephen Richards Covey, cuando deseaba insistir en la fortaleza de los principios y lo comparaba con un faro. Porque los principios juegan un papel importante de iluminar, para ayudar a las embarcaciones llegar a buen puerto. Un papel similar juega la brújula que nos ayuda en el camino cuando pretendemos seguir alguna ruta y deseamos estar bien orientados. O un mapa bien elaborado, que nos indique los caminos, para que podamos llegar a nuestro destino. Sin embargo, la analogía con el faro luce ser superior, pues se correlaciona con la luz, con iluminar esas sendas, con recuerdos que independientemente de nuestros planes, existen leyes de la vida que son inviolables, pues estas persisten a pesar de nosotros y de nuestros atajos, maldades y manipulaciones. Es que no se puede esconder una lámpara debajo de una mesa, se la coloca encima para que nos pueda iluminar. Y la luz de la verdad ilumina siempre y tan fuerte, que no pueden coexistir las tinieblas, las sombras ni la oscuridad con esa estrella, que brilla con luz propia. No obstante, la maldad del hombre siempre hace de las suyas y a lo largo del camino crea hábitos nocivos para sí mismos y para los demás, pero a su vez siembra una semilla del mal, para el día de la ira. Lo que sembramos, lo cosechamos, a pesar de que elijamos mirar hacia otro lado. El hecho de que no miremos o no nos demos cuenta de la cosecha, no significa que no existe. El hecho de que ignoremos su brillo, no significa que la estrella no tiene luz propia. Esto nos recuerda la clara advertencia que hace el profeta Isaías y que persigue los corazones retorcidos en toda la humanidad y los tiempos: "¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo! ¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos! ¡Ay de los que son valientes para beber vino, y hombres fuertes para mezclar bebida; los que justifican al impío mediante cohecho, y al justo quitan su derecho!" (Isaías 5, 20-23). Y esa advertencia, si la acompañamos con lo que indica San Pablo en Romanos 1, nos explica claramente, que tendremos que recoger nuestra cosecha y pagar el precio por lo que sembramos. Si nos detenemos a entender la ruta que la humanidad ha tomado, en total desvarío y contradicción a la propuesta divina, resulta fácil entender, que el problema no es el faro ni la brújula, tampoco el barco. Sino la maldad del hombre, sobre todo los que siembran el mal, para beneficiarse de todo mientras pueden. Y para ello distorsionan los principios, los valores, las leyes, los sistemas y obligan de una forma infernal pero legal a los demás, a participar en sus corruptas andanzas. Pero Dios es bueno y representa la Verdad pero vamos a los rituales o cultos religiosos, a cumplir con hipocresía política, nos damos golpes en el pecho, buscamos los votos de los fieles borregos, y no dejamos de arrodillarnos en público, ni de rezar un padre nuestro. Así son todos los falsos líderes, que ejercen la política en nuestro país. Solo es cuestión de tiempo, para que todos hagan lo mismo. ¿Y qué se puede esperar de gobiernos cuyos funcionarios surgen precisamente de estos pensamientos anti faro? Y ¿cómo se puede desviar el corazón y el camino del hombre, cuando nunca ha estado en la ruta correcta? Es que para caer, necesitamos estar en un lugar más alto, y eso que podría verse como un lugar más alto, no podría evaluarse por la capacidad de consumir y de enriquecerse ilícitamente, sino por la verdad, el amor y la justicia que deben iluminar nuestros corazones. Pero es que el árbol malo, no puede dar fruto bueno. No puedes esperar cosas buenas de un corazón perverso. Entonces queremos situarnos en la educación de nuestros hijos, pero se nos olvida, que no existe una educación más impactante y marcadora en la vida de una persona, que el ejemplo recibido de sus padres. ¡Ahí no vale la retórica ni los discursos baratos! Decirle a un hijo que no fume cuando eres fumador, o que no robe cuando eres un ladrón, que no beba, cuando eres un ebrio consuetudinario, nos resta toda la calidad moral y provoca una confrontación irritante pero merecida. ¿Qué podría enseñar un experto estafador a sus hijos, para combatir la violencia y las bandas, para que sean ciudadanos ejemplares, cuando ellos mismos saben que sus padres son parte del crimen organizado? ¿Qué podría enseñar un sacerdote para guiar correctamente a la juventud y a los niños, si Lucifer instruye a sus huestes, para que se bendigan los matrimonios homosexuales? ¿Qué podría enseñar un pastor a su congregación, sobre la ética, la corrupción y la delincuencia de cuello blanco, si su ministerio ha crecido y se ha convertido en una mega iglesia, precisamente por recibir dinero del lavado? ¿Qué podría enseñar a sus hijos ese almirante, capitán, mayor, coronel o general, que se ha enriquecido de una forma contundente? ¿Qué podría enseñar ese funcionario ya suspendido, por habérsele detectado algún ilícito en el manejo de los recursos públicos? ¿Qué buen ejemplo podría dar un líder de opinión a sus hijos, si se ha hecho compromisario por dinero, de ocultar los hechos realmente importantes, para sustituirlos con distracciones y manipular la conciencia nacional? ¿Cómo podemos volver a resetear la cultura, los valores y los principios correctos en una sociedad que se ha convertido en una jungla, donde el dinero lo puede todo y donde se premian abiertamente las incorrecciones? Si seguimos hurgando encontraremos miles de ejemplos más que tipifican al monstruo que hemos construido y que obligará a una nueva restauración de nuestra República. Como vemos el problema no es el faro o la brújula, ni siquiera el barco, aunque éste influye bastante, pues si te embarcas en ese barco será inevitable que huelas a sudor de ratón. En Ecuador, hace rato que hemos sembrado ira, para el día de la ira. Y esa ira se verá pronto, pues el mismo pueblo ecuatoriano cansado de ser abusado y prostituido por los maleantes de turno, la mostrará guiado por ese instinto de sobrevivencia, que no resistirá más a sus verdugos y sus captores. Nuestra democracia tiene tiempo de haber sido secuestrada, y se mantiene secuestrada pero peor que cautiva, ahora más comprometida por los grandes mayordomos que nos han gobernado. Los ecuatorianos debemos establecer y unificar un criterio y una ruta crítica, para restaurar nuevamente nuestra Patria. Esta vez, no de una invasión sino para los que se han adueñado de un poder, que solo le pertenece al pueblo. El faro está ahí, es inamovible, no es posible apagar su luz, la verdad siempre nos alumbrará, a pesar de que la queramos ocultar con nuevas injusticias. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
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Hoy, todos los caminos de la rabia y el ataque conducen a la democracia. Curiosa tendencia y fenómeno mayoritario, los iracundos posmodernos están repartidos entre redentores populistas y neo-autoritarios. Muchas serán las razones para que tanta furia acumulada se descargue contra esta forma de gobierno que, profecía de tantos, erigiría el único modelo político viable. La victoria sorprendente de unos esperpénticos líderes europeos, ha causado conmoción mundial. El embrión de la rabia alumbró un producto indeseable, presagio de otro espasmo político y una larga medianoche de oscuridad democrática. Latinoamérica luce desorientada y zancajosa, transita la misma vía. La rabia es el nuevo estandarte del liderazgo tecno-populista, tan experimental como formateada, redoblada por la hibridez de la tecnocracia neoliberal y el populismo electoralista. Con tal suerte que nació en acuerdo con el mejor aliado de la historia política, la tecnología. Justo cuando desaparece el antagonismo radical, en tiempos de libertad, aflora el aturdimiento ideológico y la demonización sofisticada de la política como práctica social. Todavía más, el tecno-populismo trepa sobre el guarismo efectista, caballo de Troya que instila ira en el mismo corazón de personas hastiadas de la cultura política, en desbandada. El momento actual es para pensarlo serenamente, sin optimismo encantador ni esperanzas sobredimensionadas. Cuando la sensatez política deviene en prenda extraña o desaparecida, emerge la sociedad de la rabia antidemocrática, prima el desencanto y el furor arrasa los marcos generales de la racionalidad cultivada. De esa sensación de sopa ideológica, caótica, complicada, separada de referentes genuinos, el primer ganador es el desaliento en masa. La rabia cobra adeptos y ostenta prestigio; la democracia cede terreno mientras pierde confianza. Cada país soporta la presión de los escuderos del populismo al tiempo que, bajo aprobación o disimulo, confiesan ante otro catalizador de multitudes, el autoritarismo. Con tan pocas biografías políticas claras, repintadas por excentricidades y prontuarios cenagosos, cuesta bastante restablecer un orden de principios y descubrir la verdadera identidad del adversario. Ningún pasado fue mejor pero contenía al menos los perfiles definitorios del contrincante verídico y, sin remilgos, los enemigos ancestrales de la libertad podían ser conocidos. Anuladas las diferencias y contradicciones programáticas, la línea divisoria quedó en nebulosa, y nada sustituye mejor que la espectacularidad pegada por el algoritmo. ¿Dónde quedó la hegemonía labrada de las ideas? Desbalanceado, el discurso resiste agitado por la furia, realzando la pregnancia de emociones y sentimientos sobre el ideario y la propuesta; por tanto, la confusión nubla la conciencia y barre toda certeza. Un barrizal de emociones: el ciudadano puede sentirse jodido pero satisfecho, prescindir de lo necesario, y aún mostrarse agradecido. Fragmentado el clásico binomio izquierda/derecha, solitaria y ciega, la izquierda deambula de naufragio en naufragio; la derecha, reclinada en estrechos altares, explora la fe del extremismo mesiánico y el líder totalitario. Del plano político, las contradicciones se trasladaron al ángulo sociológico, sin péndulo ideológico visible, un manto de negatividad ensombrece la política, guiada por el enfado habitual, esparcido en cada lado. Cualquier propósito político razonable fracasa, reventado por el caudal de la emoción distribuida, cada vez más contagiosa y llamativa, la sociedad de la rabia no discierne discursos, no repara en resultados; solo suscribe relatos. Arriadas las banderas y medio enterrado el discurso, el modismo atiza la emocionalidad del tecno-populismo pegadizo y emoliente, que pasó del aplauso lisonjero del pasado a la furia egocéntrica y viral del presente. Sobresale, además, su inquisidor posmoderno, engreído y sabueso sin rostro que, como su antepasado, oficia en el anonimato. Engendro oscuro y ventrílocuo de la red, impenitente y porfiado, que juzga sin oponente descifrable y a rostro tapado. Irreverente, la rabia apunta a las instituciones políticas de cualquier clase, ensañándose contra el Estado; no es la insurrección de los “fracasados del globalismo” -como pretendieron algunos al principio (Peter Sloterdijk, filósofo alemán)-; contemplamos el indicio ensortijado de otra inquietud simbólica, desmedida, que invoca reconocimiento, estima y estatus. Puede que el populismo tecnocrático haya sido exitoso, pues, cataliza cada rebeldía hasta convertirla en emoción hambrienta de importancia social, de halagos. Byun-Chul Han, filósofo y ensayista surcoreano, desmenuzó el narcisismo infectante que abandonó su privacidad individual, para ungirse de un mundo apasionado y acezante. Obcecada es la historia del desencanto colectivo, pocas veces ha concedido segundas oportunidades, entonces, cabe preguntar: ¿por qué confiar que ahora sería distinto? El malentendido democrático triunfa en todas partes, la democracia no sólo pierde confianza, está entregando también su mayor y más comprometedora carta, la esperanz. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
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Una de las grandes amenazas a la democracia es el populismo, una corriente política que se apoya en el cinismo, como un músico de hotel toca la música que el huésped quiere escuchar, y por huésped, entiéndase votante. Ese periodismo navega en aguas turbulentas sin importar donde le lleven, se pierde en el mapa sin un fundamento de izquierda o derecha. Aunque los cientistas políticos hacen un esfuerzo por definir en qué consiste, no consiguen coincidir más allá de la definición de un líder político que utiliza todas las herramientas a su disposición, para monopolizar las opiniones en su favor, saltándose procedimientos en nombre del “bien común”, la mayor parte del tiempo, repitiendo sin fín, la verborrea que el pueblo quiere escuchar. Ese fenómeno ha llegado a la comunicación, con acento en el periodismo. Sobran quienes, con abundante desconocimiento de un tema, opinan de él sin comprender las consecuencias de su mensaje. Soportado en la obsesiva intención de buscar audiencias que priorizan el espectáculo a la información. En muchos casos, los medios de comunicación social, han renunciado a su capacidad de visibilizar los problemas que agobian a la ciudadanía, para montarse en las olas de temas que resultan atractivos al algoritmo. Vale la pena preguntarse si es útil que dichos medios sigan la conversación común a cualquier costo, o si consagran el rol de informar y resaltar las ocultas sombras de la sociedad. La farandulización del periodismo lleva a ocultar los temas que pueden cambiar vidas, generar transformaciones, convertir lo malo en bueno. Todo sea por obtener audiencia, hay que visibilizar lo incorrecto, por ahí no es. No son una clase de virus, pero se comportan como si lo fueran. Hay noticias buenas y malas. Y una vez liberadas, su propagación suele ser incontenible. Son las informaciones, no solo las que surgen en las redes sociales, muy criticadas por su propensión a difundir noticias falsas, amañadas o anticuadas, sino también las que aparecen en las publicaciones y programas de opinión más convencionales. El efecto de las informaciones sobre el comportamiento colectivo ha sido estudiado en muchas ocasiones. La abundancia de datos y relatos falsos, especialmente los que se propagan a través de plataformas como Facebook o X (antes Twitter), han ido provocando que las personas los tomen con cierto escepticismo. No han sido pocos los casos en que alguien reenvía mensajes y luego se arrepiente de haberlo hecho, al conocer que su contenido era falaz. Sin embargo, a pesar de esa mayor cautela, estudios llevados a cabo en diversos países ponen de relieve la incidencia que las informaciones recibidas tienen sobre las opiniones de las personas. Esa influencia se extiende a las expectativas. El nivel de optimismo o pesimismo es afectado por los conceptos y puntos de vista que se leen y escuchan, lo que tiene importantes consecuencias sobre el comportamiento social. Y esa incidencia es tan aguda, que se manifiesta a través de detalles en apariencia secundarios. Analíticamente, esas influencias son desviaciones del supuesto "conocimiento perfecto" sobre los que algunos modelos sociales son construidos, y son fuente de errores, ineficiencias y costos. En ese sentido, el rol desempeñado por el internet, ampliamente alabado como un medio extraordinario para extender el conocimiento popular, ha tenido el efecto colateral indeseado de oscurecer o desplazar fuentes de información confiables, otrora el recurso al que las personas acudían normalmente, cuando deseaban obtener algún dato. Parcialmente responsable por esa consecuencia, ha sido la renuencia inicial de algunas fuentes tradicionales en cuanto a adaptar sus presentaciones a la web y el formato digital, en parte debido al impacto que ello implicaba sobre sus fundamentos periodísticos. Les tomó tiempo y esfuerzo transformar sus ofertas para acomodarse a la nueva realidad, muchas de ellas naufragando en el intento. La lucha entre el "me gusta" ganado por populismo puro y la tarea que obliga al periodismo a develar y educar sobre lo incómodo y ensordecedor ruido noticioso, es la batalla sembrada para edificar un porvenir mejor. Estamos a tiempo de asumir el reto presente y futuro, así evitaremos decir que el populismo ha vencido al periodismo. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
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Los acontecimientos en torno a las recientes elecciones presidenciales en la República Bolivariana de Venezuela y las reacciones ante los resultados —no verificables según los observadores internacionales— comunicados por el Consejo Nacional Electoral (CNE) casi a la medianoche del día domingo 28 de julio, han elevado la crispación política en esa nación. Los argumentos de la oposición, de los actores nacionales vinculantes a la gestión y de los internacionales relacionados con la vigilancia democrática regional son fuente informativa ideal para entender y dimensionar el futuro que fragua en la "Patria grande" de Simón Bolívar, en cuyo modelo podrían incidir dos conductas: a) la del fanático parcializado hacia cualquiera de los bandos enfrentados, amante de su verborrea socialista; y, b) la racional, que procura el entendimiento informado. La democracia, decía Enrique Pinti, el humorista argentino, es como la saliva, todos la tienen en la boca, nadie sabe de dónde viene, ni para qué sirve. Antes de hablar de la “democracia” en Venezuela, veamos lo que fue la democracia griega. En la Antigua Grecia no todos eran “demos”; mujeres, artistas, y esclavos no contaban. Entonces, ¿quiénes quedaban? El mismo microscópico grupúsculo, que controla todo. Escuchar las declaraciones de los centros de poder nos informa, sin sorpresa o novedad, que Venezuela cayó en las férulas de intereses geopolíticos foráneos. Que sus líderes políticos han erosionado el punto de equilibrio y el interés nacional común que les posibilitará un arreglo interno capaz de minimizar la injerencia externa en su país, económicamente desmembrado por los “socialistas”. De la heroicidad bolivariana, Venezuela cayó al pozo trágico. De un candidato presidencial que blande la iconografía stalinista, no se puede esperar más que pretensiones trasnochadas de recurrir a la fuerza desmedida para mantenerse en el poder. Ambición con probabilidades reducidas en estos días por el rigor, extensión y vigencia del ideal de Estado como organización social, que emana del pacto colectivo. La democracia, entonces, es la vía de constituir el Poder legítimo. Ignorar sus discursos y rituales es auto clausurarse en las puertas del futuro político y la legitimidad. Que los pueblos no están obligados a sufrir gobernantes que no quieren, que les son indeseados, es la premisa generalizada. Unas formalidades básicas, ciertamente, han de observarse y cumplirse para constituir válidamente los poderes del Estado. Y junto a éstas, el sufragio refrenda unos objetivos de compromiso entre gobernantes y gobernados. Es falso el socialismo que empobrece y reprime. También quienes bajo supuestos doctrinarios socialistas “justifican” dictaduras unipersonales. La premisa socialista básica no es erradicar la propiedad privada, aunque sea la del comunismo. El socialismo propugna “la satisfacción creciente de las necesidades del pueblo”. Bajo este principio, preguntamos: ¿Tal meta ha guiado el obrar de los “socialistas” venezolanos? ¿Lo han logrado? ¿Vive mejor su pueblo, que en el pasado? En su prólogo a la última edición de “El XVIII Brumario de Luis Bonaparte” de Carlos Marx, que Federico Engels escribió en vida, expresó que éste y él debían un “mentís” al movimiento socialista: "Lo que procede" - advirtió, partiendo de las experiencias europeas, es la revolución pequeñoburguesa-. Planteó liberar las fuerzas productivas desde esta clase. China lo entendió, sin pregonarlo. Que el trabajo produce plusvalía, igualmente. En Venezuela, ¿pueden la pequeña burguesía y los trabajadores producir riquezas, para seguir prosperando? No importa quién gane las elecciones, la élite que controla desde la Antigua Grecia hasta hoy, controlará el presupuesto nacional. Nosotros, el “demos” votamos y pagamos impuestos, pero la élite se reparte ese dinero en contratos oficiales. Nada podemos hacer. Cambian los gobiernos y ninguno termina el sistema de alcantarillado pluvial o sanitario, ni la educación, ni la salud, ni los caminos, ni las aceras, ni los acueductos, ni nada importante para la comunidad. Porque nosotros los elegimos, nos cobran impuestos, cada vez más, para financiar la vida de la élite política y económica. Ni Venezuela ni Cuba tienen “democracia” porque un grupo político asaltó el poder y se consolidó, ahora son una élite, y la élite nunca suelta el poder. Esos pueblos no son “democráticos” porque carecen de una élite económica que manipule el sistema político en su favor, esos pueblos viven una estrechez económica. Venezolanos y cubanos padecen muchísimas estrecheces económicas, aproximadamente dos de los 11 millones de cubanos huyó de su país, por eso. Aproximadamente, ocho de los 29 millones de venezolanos huyó por las mismas razones. Necesitamos una auténtica democracia política promoviendo una verdadera democracia económica, eso es lo que nuestros pueblos esperan y necesitan. Lo demás es teatro, entretenimiento, espectáculo, manipulación y distracción. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
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El ejemplo que nos brinda un continente tan diverso y rico en historia como Europa, es importante para el futuro de los países latinoamericanos. Al leer sobre la situación política, económica y social de muchos países del viejo continente, no queda más que valorar la cohesión social y los valores, no solo como un objetivo deseable, sino como una necesidad imperiosa para asegurar la estabilidad y el bienestar de los ciudadanos. A medida que Europa navega por las aguas turbulentas de los desafíos contemporáneos, desde la migración hasta el cambio climático, el auge del nacionalismo y las ideologías extremas, las consecuencias de la pandemia de COVID-19, la capacidad de sus sociedades de mantenerse unidas, se convierte en un pilar esencial para mantener el éxito hacia el futuro cercano. Porque Europa como un mosaico de culturas, lenguas y tradiciones, es un anuncio anticipado del efecto de la globalización, las migraciones y la integración de la comunidad internacional, con sus virtudes y defectos. La diversidad, a la vez que constituye una gran riqueza, también plantea retos significativos para la unidad social. En el caso de Europa, las diferencias económicas entre los Estados miembros, la creciente polarización política y los movimientos migratorios, han puesto a prueba la capacidad de Europa para mantener sus fortalezas en la diversidad. El flujo de migrantes y refugiados en la última década, ha sido uno de los mayores desafíos para la cohesión social europea. Este fenómeno que ha generado tensiones en varios países, alimentando discursos xenófobos y nacionalistas, también comienza a observarse en América Latina. Y la única respuesta a esa realidad, se sustenta en los valores fundamentales como la solidaridad, respeto a los derechos y la dignidad humana. Pasando a nuestro continente, es preocupante el estado de inseguridad en que vivimos. Indudablemente que la impunidad y la corrupción se han combinado para crear un abismo financiero y moral, que ha truncado las aspiraciones y el derecho a la educación de nuestros jóvenes, obstaculizando un patrimonio que podamos heredar, en base a la administración de justicia y el respeto al dinero del presupuesto en educación, que se ha visto afectado por el dolo de los administradores de turno, en la política. Muchos recursos han sido hurtados y desviados en detrimento del nivel educacional de nuestra población. Todavía nuestra justicia no ha dado respuesta a la solución de estas prácticas de lesa Patria. Este camino doloso se manifiesta por la carencia de oportunidades a una juventud que se resiente y actúa consecuentemente irrespetando normas de conducta, que deben ser implementadas por el compromiso ineludible del Estado, de salvaguardar y transparentar la inversión en educación y valores. Otro factor que ha provocado la conducta delictiva en nuestros jóvenes, es la disolución de la familia sometida al deterioro de la calidad de vida por el alto costo de sus necesidades básicas y la sobre carga tributaria desproporcional a lo que debemos percibir como derecho a una buena alimentación, salud, vivienda y educación; derechos primordiales del núcleo familiar y deberes impostergables del Estado. De ahí que tengamos que plantearnos la necesidad de promover la cohesión social y el rescate de los valores como políticas públicas, siendo la única forma de reducir las disparidades económicas y sociales que subyacen en nuestra sociedad, mediante la implementación de herramientas enfocadas en la inclusión social, el empleo y el desarrollo económico sostenible. Además, la inversión en sistemas educativos inclusivos que promuevan el entendimiento cultural y generacional, así como la igualdad de oportunidades, son materia esencial para formar ciudadanos comprometidos y conscientes de la convivencia social en la diversidad. Viendo la experiencia europea, queda claro que la cohesión social es el único cimiento sobre el cual se construye un proyecto de paz e igualdad en cada región del planeta. Es un principio que debe guiar nuestras políticas públicas y acciones sociales, asegurando que todos los ciudadanos puedan disfrutar de los beneficios del progreso y la prosperidad. Si no lo hacemos, le abrimos espacio a la guerra y el conflicto, a las desavenencias y los pesares. Enfrentemos decididamente estos retos y dejemos el camino doloroso, para transitar en la búsqueda de las verdaderas necesidades y la seguridad de nuestras familias. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
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Me valgo de dos ideas de raigambre ética para adentrarme en el tema de lo ético en la inteligencia artificial (en adelante IA). Una de ellas se la debo al pensador, David Ricardo. A propósito de la totalidad de objetos útiles de los que nos valemos en cualquier civilización humana, el economista clásico británico tuvo el acierto de escribir que “las máquinas no son necesariamente buenas o malas”, pues todo depende del uso que se les dé. La segunda aserción la tomo, ex autoritate, de Aristóteles. Según el estagirita, el ser humano se manifiesta y realiza por medio de sus actividades; pero, esos actos son humanos, exclusivamente, si su finalidad deliberada y consciente es la felicidad y, su medio de realización, el bien. Al conjugar ambas afirmaciones, confirmo el principio y fundamento ético de la IA. La IA, -en tanto que intelecto reconocido como no natural-, se mantendrá en el ámbito de su programada utilidad artificial, siempre y cuando permanezca circunscrita al bien y a la felicidad, a las que aspira todo lo que es y actúa de conformidad con la razón de ser de la naturaleza humana. Ahora bien, si la IA operara de forma autónoma -llegando a ser el único utensilio que toma decisiones de manera independiente de la programación que lo diseñó y puso en funcionamiento- este fenómeno quitaría a los humanos el control de las cosas y, tal y como advierten expertos en la materia, deberíamos “detenerla de inmediato”. Frenar en seco, de modo análogo al empleado ferroviario, cuando se encarrila un tren descarrilado, para reordenar una civilización que se aleja del bien y de la felicidad. La IA no es inocente. Ella puede hacernos la vida más llevadera e independiente, procurando la realización de nuestras mejores aspiraciones, en términos productivos y de versatilidad; o, hacer nuestra existencia más mísera, por ejemplo, favoreciendo una automatización excesiva, en detrimento del aumento de personas más productivas. Por consiguiente, para seguir valiéndonos de la IA en el dominio objetivo de nuestra vida social e iniciativas y labores cotidianas, se requiere estar atento a la principal orientación cívica. La innovación y correspondiente aplicación de la IA -en medio del sinfín de sociedades que desdeñan lo inútil- han de ser directamente proporcionales al desarrollo y adopción de las mejores prácticas encaminadas a la obtención del mayor bienestar posible de todos, tanto los concernidos, como los afectados, en el tiempo. De lo contrario, el propósito final de la eticidad cívica: el logro de más bienestar, no superará su versión más defectuosa; y, el mejor comportamiento humano, no dejará de ser una de las buenas intenciones que, de fiarnos de Dante Alighieri, conducen a las puertas del infierno. El más reciente "Índice del Instituto de IA Centrada en el Humano", de la Universidad de Stanford, confirma el exponencial auge y utilidad de tan simulada intelección. En ese contexto, para salvaguardar lo mejor de los adelantos que con ella se logran, conviene acordar ciertas regulaciones exclusivas al comportamiento ético de los humanos. La antesala de esas reglas es que el fin de la IA no justifica los medios. Pero, entonces, si no es el fin, ¿qué los justifica? La justificación ética del o de los medios empleados, de un lado, y del otro, el fin procurado por los seres humanos, depende -sin excepción- de la afinidad y convergencia de ambos lados, en términos de la mejoría procurada de la mano de la IA. La segunda norma ética -relativa al uso y expansión de la IA- es de raigambre kantiana, pues cada persona debe ser considerada como un fin en sí mismo. Cada sujeto no es ni debe ser tenido como vulgar trasto maleable, sometido a los efectos de la IA; y, aún menos, mera cosa doblegada a los intereses de poderosos señores de una artificialidad inútil, cuántas veces han alienado ellos, la libertad e igualdad natural de todos los seres humanos. Ahora bien, puesto que el bien que debemos de realizar depende -en gran medida- de cómo lo justifiquemos, la tercera regla relativa a la utilidad y uso de la IA, nos advierte que todo hallazgo e implementación derivada de ella, está sujeta a la universalidad de las leyes objetivas de un Estado político y a la usanza organizacional de grupos e instituciones en los que nos desenvolvemos. El potencial valor útil de la IA, en la medida en que da razón al comportamiento humano en sociedad, se justifica siempre y cuando sus productos y consecuencias sean equitativamente inclusivos, para más ganancia y mejoría de nuestra calidad de vida en sociedad. Así pues, en términos prácticos, se impone el axioma por excelencia de la eticidad humana en cualquier sociedad humana, de naturaleza histórica. Entre dos productos o servicios buenos derivados de la IA, debe ser escogido el mejor para fines del bien común; y, entre dos malos, de ser ineludibles, el menos malo. El ABC ético de la IA es la promoción recíproca. En esta culmina el libre usufructo y sustentabilidad de su propia utilidad ética, que es mucho más que exclusivamente material y tecnológica. Gracias al valor supremo de la promoción recíproca, los momentos anteriores se superan en el bien común de todos los concernidos por efecto natural o artificial, de la inteligencia humana. Bajo su égida, podremos contribuir a un marco de referencia regulatorio del uso cultural de la IA, tanto en el dominio de cada Estado nación, como por medio de la adopción de un tratado vinculante de la comunidad internacional, dados los riesgos que implican su adopción indiscriminada. Privados de tales resguardos, seguiremos expuestos al imperio de la desdicha; en ésta, el interés y la fortuna de unos cuantos figurines del poder y del comercio, serán erguidos sobre la infelicidad y el malestar de todo y todos los demás. Según Eric Salobir, presidente del Comité Ejecutivo de Human Technology Foundation, el Vaticano tiene una legitimidad única en este debate debido a su neutralidad y ausencia de intereses comerciales en el ámbito digital. Esta neutralidad permite a la Iglesia católica, abordar la IA desde una perspectiva puramente ética y humanitaria. Ahora bien, en lo que respecta a la participación del Papa Francisco, en la reciente cumbre de presidentes del G7, debemos notar que la narrativa de los medios de comunicación desde el año pasado, muestra que el sumo pontífice de la Iglesia Católica, ha sido un defensor de la “algor-ética”, un marco ético que busca garantizar que los algoritmos se desarrollen y utilicen de manera justa, transparente y respetuosa con los derechos humanos. Promueve la responsabilidad y la rendición de cuentas en todas las etapas del ciclo de vida de la inteligencia artificial. La intervención del Papa Francisco en dicha cumbre, sobre el papel de IA y sus connotaciones sociales, demuestra la importancia de incluir diversas voces y perspectivas en la conversación sobre tecnología avanzada. Este enfoque multisectorial no solo enriquece el debate, sino que también nos muestra que en la formulación de los planes nacionales en tecnología avanzada se debe emular el gesto, incluyendo a los actores multisectoriales, a fin de desarrollar dichas estratagemas de manera ética y centrada en el bienestar humano. La participación del Papa es un recordatorio de que, en el camino hacia el progreso tecnológico, la consideración de valores humanos y éticos es fundamental. De ahí, el alcance y significado de lo hasta aquí escrito. Si menospreciamos el ABC ético que encauza la Inteligencia Artificial a nuestro favor, habría que inhabilitarla de una vez y por todas; además de resolver por otro medio, el siguiente epigrama: "Querida posteridad si no te has vuelto más justa o pacífica y generalmente más racional de lo que éramos, entonces que te lleve el diablo. Yo soy o era tú" (Albert Einstein). La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
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Un médico psiquiatra argentino Eduardo Medina Bisiach, trata el tema del Síndrome Hybris, es decir, cuando el poder enferma. Refiere Medina Bisiach, que el poder no solo somete, sino que fascina, aterroriza e inmoviliza, de ésto, resulta que la cuestión a esbozar, es cuando un ciudadano común decide participar en política, y obtiene el poder o un cargo importante, en el cual, en un principio le asaltan dudas sobre su capacidad, pero aparece un tropel o masa de serviles aduladores, que lo ensalzan y a partir de ahí, se inclina y piensa, convencido, que ha llegado por méritos propios, recibiendo elogios por su atractivo, liderazgo, imaginación y erudición. El Síndrome en cuestión, nos refiere, es de desarrollo paranoide, porque todo aquel que se oponga a quien lo padece o a sus ideas, son enemigos personales, llegando al extremo de desconfiar de todo aquel que piense distinto o que tenga ideas propias. Parte de la premisa, que el poder por lo regular no está en manos del más capaz, pero aquel que, convencido de su capacidad, empieza a comportarse de forma narcisista. De eso se contrae, que actualmente la palabra hybris sea interpretada como soberbia, que los especialistas en salud conductual la identifican en “quienes ejercen posiciones relevantes de poder, con un conjunto de síntomas evocados por un disparador específico: el poder”. Eduardo Medina Bisiach, entiende que los síntomas del Síndrome Hybris, “incluyen excesiva confianza en sí mismo, orgullo exagerado, desaire por los demás, con rasgos en común con el narcisismo, pero manifestado de una manera más acentuada como el abuso de poder y la posibilidad de perjudicar la vida de otros”. Además, las consecuencias negativas del síndrome se asocian a una falta de conocimiento, carencia de humildad y la vanidad. La sociedad actual sigue los liderazgos empáticos, inspiracionales y horizontales. Detesta aquellos políticos que se comportan como semidioses con altos grados de soberbia. Esos políticos no han entendido que el mundo ya cambió, que vivimos en una época en la cual cada una de sus acciones es “ultra mega examinada”, porque así lo mandan estos tiempos de hiper transparencia e inmediatez. Hoy, en la política no se puede tener vida pública y privada, sino una sola vida, el simple lente de los dispositivos móviles se encarga de desnudar cualquier comportamiento, dejando mal parados a los políticos. Respecto de ello, sobran los ejemplos. Cada día somos testigos del rechazo generado por ciudadanos hacia algunos actores de la clase política cuando se muestran con poco dominio de sus egos y sin entender que el “poder es pasajero”. Han olvidado como sostiene el profesor de psicología Dacher Keltner en su libro: "La Paradoja del poder", advierte sobre cómo ganamos y perdemos influencia, que el poder en política es otorgado y cedido, pero también retirado cuando los electores se sienten defraudados con sus comportamientos y cumplimiento de expectativas. El orgullo lleva a la arrogancia y la aleja de la humildad y la conexión con sus congéneres, en tal sentido, si quieren calar en el corazón de sus electores deben bajarse de las “nubes” y mostrarse como son: seres humanos de carne y hueso. Mucho se ha hablado y hasta se ha generalizado la cita del historiador británico Lord Acton que «El poder tiende a corromper, el poder absoluto corrompe absolutamente». Ser absolutista con la aplicación de esa frase sería un craso error. El poder sólo corrompe a la gente que, de antemano, tiene una moral laxa. Aunque si las potencia, además que el poder no corrompe, pero refleja cómo eres. El abuso de poder ha sepultado carreras políticas y destruído reputaciones cuando políticos han actuado sin límites, solo creyendo que ese poder les otorga una patente de corso para sobreponerse a cualquier obstáculo legal sin ningún tipo de consecuencias, implicándose con más frecuencia que el resto de las personas en comportamientos poco éticos, egoístas y groseros. El psicólogo antes mencionado, en sus investigaciones realizadas en los últimos 20 años, ha descubierto un patrón inquietante: "Mientras las personas normalmente adquieren poder a través de acciones dirigidas a defender los intereses de otras personas, tales como, la empatía, la colaboración, cuando empiezan a sentirse poderosos, las cualidades mostradas hasta ese momento, empiezan a desvanecerse”, esto es, mientras se crecen en función de sus virtudes, pero sus comportamientos los van hundiendo cada vez más a medida que ascienden". Los efectos nocivos del mal uso del poder provocan una patología cuyos síntomas son conocidos: indiferencia ante lo que otros piensan; frialdad hacia los sentimientos de los demás, entre otros. Debo aclarar que el poder no es malo tampoco mi intención es “demonizarlo”. Un aspecto para destacar, lo expresa Medina Bisiach, sobre la circunstancia de que este Síndrome sea tan común solo en política, porque en otros contextos es más usual que el que dirija sea el más capaz, pero en política no es así, porque los ascensos van más ligados a un enchufismo decisorio. En este tema, vale considerar las características de los líderes que entiende son víctimas de hybris, resumidas así: “1) ven el mundo como un lugar de autoglorificación, a través del ejercicio del poder; 2) muestran una preocupación desproporcionada por la imagen y la manera de presentarse; 3) exhiben un celo mesiánico y exaltado en el discurso; 4) identifican su propio yo con la Nación o la organización que dirigen; 5) pierden el contacto con la realidad; 6) se otorgan licencias morales para superar cuestiones de practicidad, costo o resultado”. El citado autor, refiere que en el sistema político argentino, semejante al nuestro, signado por lo efímero del poder, el culto a la personalidad y un presidencialismo caudillesco, cuyas acciones alarmantes reflejan un patrón psicológico y patológico, donde parece cumplirse aquel proverbio atribuido a Eurípides: “Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
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Acompañando las buenas prácticas que se pudieran conocer y las habilidades que conviene tener, está el hecho de que las personas adecuadas, deben estar en los puestos adecuados. Pero como soporte de las competencias que deben exhibir, están los valores, principios, las actitudes y conductas que deben reflejarse en su desempeño, modelaje e influencia, para que los equipos de trabajo que lideran, logren niveles plausibles de excelencia, en sus actividades y logro de metas. Esta lógica organizacional aplica no solo en el sector privado, sino también en la gestión pública. Sin embargo, nos invita la ocasión por la realidad política que vive el país, en centrarnos en una reflexión más palpable en el ámbito público, donde la carencia de muchas de las características comentadas anteriormente, hacen de la calidad humana una variable fundamental, que está por encima del conocimiento y técnicas profesionales. Estuve revisando brevemente el índice del libro del escritor estadounidense Robert Greene, titulado: "Las 48 leyes del poder" pudiendo recordar la existencia de una serie de experiencias y prácticas de interacción humana, que en la citada obra se plantean como leyes, porque cuando se considera su aplicabilidad, se tiende a retener o lograr poder, mientras que cuando no se toman en cuenta, se corre el riesgo de perderlo. En el fondo en cada uno de los casos se trata de prácticas que no se basan en la honorabilidad, ni en la ética, ni en el respeto de la dignidad humana o el mérito, sino en la manipulación, el miedo al castigo y control de la información, para lograr beneficiarse a toda costa de las mismas. Estas prácticas, leyes, medidas, tácticas, manipulaciones, se pueden asociar en muchos de los casos, con lo que la gente conoce comúnmente como un pensamiento maquiavélico, donde lo que se persigue sin ningún escrúpulo, es lograr y retener el poder en cualquier escenario posible. Siendo nuestra política un ejemplo palpable del ejercicio del poder, y ver cómo se manejan los dirigentes o líderes políticos en sus relaciones con los demás, nos acerca a la aplicabilidad de estos temas de las leyes del poder, aunque seguramente en la mayoría de los casos, dichas formas de relacionarse con los demás, venga por la imitación o la experiencia, más que por el acercamiento a los conceptos que se expresan en el referido texto. La utilización del poder y la manipulación de las personas, bajo la falsa creencia de que todo lo pueden y los demás deben aplaudir cada una de sus acciones, llevan a esos falsos líderes a convertirse en grandes mediocres y abominables criaturas, de las que intentan competir en la carrera de ratas, mientras sobreviven en el fango. La mediocridad es algo que puede verificarse por doquier en el ambiente de la política nacional, dirigentes y líderes mediocres, con una escasa o inexistente grandeza humana y una carencia vital de honorabilidad, que les califica para competir en el terreno de la carrera de roedores. Le huyen como el diablo a la cruz, a todo lo que pueda hacerles sombra, pero también a todo lo que pueda develar la mediocridad de sus vidas. Por lo que solo los que viven en el fango, se sienten cómodos y pueden coexistir pacíficamente en las mediocridades sociales. Esa mediocridad de los políticos, usted la ha experimentado con toda seguridad. Características como la mezquindad los adornan, pues el miedo a ser descubiertos como lo que realmente son, crean una coraza como mecanismo de defensa, sintiéndose verdaderamente mal y amenazados, cuando interactúan con personas que brillan con luz propia. Conocer personas con talento, con competencias de las que tienen grandes carencias, los asusta, pues es claro que el poder que creen tener, no viene como consecuencia de sus propias competencias, sino por el simple hecho de haber estado en el lugar adecuado, con la persona adecuada, en el momento adecuado y por haberse prestado a degustar cualquier manjar y enriquecerse, mientras se bañan en el fango de las inmoralidades. La mediocridad en la política hace un daño tremendo a la salud de nuestra república, pues hace más difícil que se logre aceptar la invitación del filósofo Platón, de que los buenos participen en política, para evitar que sean los malos los que dirijan los destinos de una nación. El bloqueo hacia las personas que tienen talento y capacidad es cuasi automático por parte de muchos dirigentes políticos, que casi siempre intentan utilizar a los demás, para proyectar hacia arriba, la tenencia de un equipo potencial, pero con personas que no puedan brillar con luz propia o desarrollar un liderazgo vital, tal vez superior y más ético al propio de cada uno de ellos. Y créanme que en esta mediocridad y mezquindad, también hay cuotas de género. En un país donde el sol no sale para todos, sacar provecho personal, aunque al otro no le toque, es una norma, que pocos líderes excepcionales contradicen, con sus sanas prácticas de gestión. En nuestro país, se mezcla el tener poder con poseer dinero, que casi siempre viene como consecuencia de disfrutar en el lodo, la corrupción ejercida por algún tiempo. O el ser un colaborador cercano a uno de los dirigentes medios o tener contacto fácil y directo con el líder máximo de una organización política. Ese que puede llegar de forma directa, cuando no tiene grandeza, se siente dueño del mundo, pues cree tener todo el poder. Es que en nuestra nación, se confunde el tener poder, que casi siempre viene por el hecho de tener dinero y estando en la política, casi siempre en un alto porcentaje tiene que ver con haber robado, malversado fondos públicos para enriquecerse, o por haber sido parte de la mafia del Estado, cuando han sido funcionarios públicos. Un porcentaje muy alto de personas, que usted y yo, los vemos por ahí exhibiendo riquezas porque fueron servidores públicos, quedaron ricos y entonces ahora por qué siguen teniendo esa aproximación a los partidos políticos, siguen haciendo campañas políticas, hacen eventos, reuniones, mítines, participan en las avanzadas de los distintos partidos políticos que están compitiendo en las lides electorales, hablan bonito y entonces; sin embargo, carecen de honorabilidad, la mezquindad los adorna, también, su falta de honradez. También es común, la incapacidad de prometer y cumplir, la incapacidad de reconocer el talento que otra persona tiene. Cuando alguien del equipo ofrece una brillante, plantea una solución importante y ese supuesto líder o dirigente de un partido, no es capaz de decir, que fue otro quien dio esa idea. Entonces, usted, se convierte en un fanático, apoyando a esos candidatos que ni siquiera lo conocen, que ni siquiera han tenido una deferencia con usted, ni el respeto de tratarlo dignamente, de darle un saludo cordial; así, los ciudadanos se convierten en fanáticos, haciendo campaña por esos candidatos, regalando sus ideas y talentos. Se necesitan personas y equipos de trabajo adecuados en los cargos públicos, necesitamos respeto mutuo, acercamiento, requerimos realmente ejercer ese hábito que debió haberse creado antes de intentar cualquier candidatura: y es el hábito de la integridad personal. Esa capacidad de prometer y cumplir lo que se ofrece, lo cual no existe en la política ecuatoriana. Pero cuando me acercaba a ese listado enumerado en la obra: "Las 48 leyes del poder" hubo algunas que me llamaron la atención, por ejemplo: “haz que el equipo trabaje y llévate todos los créditos”, es exactamente lo contrario de lo honorable, digno, justo y de lo que refleja la grandeza de un líder auténtico. Es que hay otra ley, que reza: “no eclipsar a tus superiores”. Y entonces contratamos a la persona porque es talentosa, pero luego no dejamos que desarrolle su talento y le castigamos cuando lo hace. Esto es, nuestros políticos parecen psicópatas integrados o narcisistas perversos, es decir, agentes infernales enviados por el mismísimo enemigo, a destruir sociedades y gente buena. Es que bajo esta praxis, ser superior es tener poder y tener poder es tener la exclusividad del conocimiento y la potestad de adueñarse de los créditos ajenos, impunemente. En el ambiente político ecuatoriano, si usted tiene talento, tiene juicio crítico y brilla con luz propia, se va muriendo, porque la mayoría de los políticos quieren que los demás sean serviles, y que no tengan la capacidad de discernir ni de analizar, por ello en el fondo todos los discursos de ellos hacia la gente, son pura retórica barata. Esto incluye el desgastado pero real discurso, (porque sin ética y auto respeto no es posible), pues se verifica con creces, lo proclamado por el profeta Isaías: “este pueblo de labios me honra, pero su corazón está lejos de mí”, todos dicen lo mismo, ¡urge satisfacer la necesidad de educación del pueblo ecuatoriano!, pero la necesidad es real y el discurso una gran farsa. Nuestros políticos necesitan un pueblo idiota, que crea en la falacia del sistema de partidos y la siempre incipiente democracia ecuatoriana. Es que ustedes no practican lo que predican, y su especialidad es cortar las alas a las personas que son educadas y brillan con luz propia, se los digo sin tapujos. Todas estas marrullas las hacen los líderes mediocres, que son la gran mayoría de los dirigentes políticos, porque están cortados por la misma tijera de los semidioses. Y es casi seguro que tienen talento y capacidades, pero su mediocridad no es intelectual, su mediocridad no es de conocimiento en función de la ética profesional, vuestra mediocridad es humana: esa incapacidad y esa mezquindad desarrollada, que les impide establecer la honorabilidad real, como cultura y política claves. Viven hablándoles mentiras a la gente y se burlan del pueblo. Y cuidado si alguien osa llevar un poco de luz, porque de ser así, ya ese individuo, no les convienen. Y no puede convenir porque la mayoría de los políticos son personas del fango, que viven en las sombras y les molesta la luz. Una Frase bíblica, reza: “apártate del mal haz el bien, busca la paz y síguela; las malas compañías corrompen las buenas costumbres; la verdad siempre sale a flote, porque lo que realmente eres, grítalo tan fuerte, para que se pueden escuchar tus palabras; permíteme decir la verdad delante de los fuertes y no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles”. Y es así, a esas personas que ya están corrompidas, no les interesan aquellos hombres y mujeres que puedan agregar valor, con prácticas honestas. No les interesa, pues son un problema para ellos, sus propósitos corruptos y para las mafias instaladas en el Estado, que tienen décadas ahí. Tanto es así, que cuando nombran a una persona que vale la pena, le hacen la vida imposible. Esa, lamentablemente, es nuestra realidad. Los líderes para el mal abundan, se aferran al poder y casi siempre, toman las grandes decisiones nacionales, favoreciendo no al país, sino a sus intereses personales. Los líderes para el bien, son muela de gallina, difícilmente los veas encabezando una institución pública, pues son destruidos o aislados y difícilmente ocupen posiciones de poder, pues serían una retranca para la mafia estatal y sus propósitos de enriquecimiento ilícito, como producto de la malversación de los recursos nacionales. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
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En el mundo moderno, el papel de los medios de comunicación se asemeja con frecuencia a la función del clero, en determinar lo bueno y lo malo de las manifestaciones que emergen de las actividades sociales. Sus señalamientos y “decretos” no sólo guían la conducta de sus lectores y seguidores, sino que también orientan en ocasiones las decisiones de los gobernantes influyendo en ellos; es decir, que la prensa tiende a definir la realidad y a delimitar las fronteras políticas de los acontecimientos, de ahí la gran importancia de la mediatización en los procesos que soportan al crimen organizado. Cuando las actividades políticas, empresariales, sociales, artísticas y hasta deportivas, son permeadas por mafias locales e internacionales, buscan en la mediatización, el ocultamiento de sus acciones delictivas. El mafioso es el exponente del crimen integrado a la sociedad, a través de cualquier actividad productiva y se establece tras lograr invisibilizarse en el ámbito penal. Esta especie de ceguera pública, avalada por la mediatización cómplice con el fenómeno mafioso, llega a ser culpable cuando se sabe que el crimen organizado está detrás de estos auténticos procedimientos criminales. La acción mediática controlada por las mafias solo tiene que mantener y presentar los temas bajo el prisma del declive en su trascendencia, que no es más que su ocultamiento y desvirtualización de la realidad comprometedora del delito. Lo serio de esta confabulación mafiosa es que amenaza no solo las libertades económicas y políticas, también afecta la gestión pública gubernamental de preservación y conservación vital del medio ambiente (minería ilegal), destruyendo los recursos naturales, y con ellos la vida que generan. Cuando la institucionalidad domina el anarquismo, la realidad no se oculta, se expresa con responsabilidad social. En cambio, en un sistema mediatizado y corrupto, la realidad se oculta bajo el prisma de la impunidad. Veamos pues, los acontecimientos que se generan en la sociedad con la lupa de la realidad que nos rodea y no bajo la discreción con que actúan sus depredadores, también hagamos conciencia de que la gran delincuencia organizada es en esencia, encubierta por el manto de la complicidad de la mediatización. La historia contemporánea resulta incompleta si se niega la existencia del hecho criminal con la ayuda del uso delictivo de la tecnología y sus actores, como brazo de ejecución mediática. Sabemos que el escenario de las grandes mafias del mundo, no se da solamente en la República del Ecuador, pero en algún momento se ofrecen pistas marcando nuestro parecido con el que operan las mexicanas, colombianas, venezolanas, rusas, turcas, calabresas, albanesas, y un amplio etcétera, por los estremecedores hechos que ocurren en nuestro territorio. Hay todo un catálogo de horrores, parece que nos ha enseñado a matar con sadismo, y desde luego al robo, la estafa y la extorsión; el soborno, la estafa, el contrabando de armas y mercancías más sofisticadas; el tráfico de drogas, el tráfico ilegal de combustibles y recursos mineros; bebidas falsificadas, tráfico de migrantes y de órganos humanos de niños (as); falsificación de documentos, medicamentos falsos y vencidos, entre otros tantos execrables delitos. Pero la gran diferencia entre esas mafias y las nuestras, radica en que las de aquí no se ocultan, son visibles, y hasta toleradas. Los personajes implicados se mueven y actúan ignorando que se les ve, que se les conoce, y siguen en su rutina diaria, viviendo su propia realidad. Así nos expresamos de sus más conspicuos representantes. La sociedad los observa sin asombro, por todo un comportamiento libertino de grupos dedicados hasta al sicariato, que llegan a helar la sangre, y contemplarlos además tan a menudo, resulta ya abominable. Acorde con el vigente clima de poca intransigencia, hasta espacios públicos VIP y franqueadores o escoltas motorizados, los obtienen con complacencia de las autoridades. Tienen habilidades que les sobran para realizar sus acciones ilícitas a la luz del sol, haciendo añicos los sistemas legales y normas del país. Los máximos responsables de seguridad y defensa del Estado y de la ciudadanía, siempre han identificado y superado esos fallos, que a veces impiden detectar a tiempo a los mafiosos ecuatorianos, pues los mismos timadores ayudan a su identificación porque no ocultan, o mejor dicho, exhiben con desparpajo sus relojes de oro, vehículos de alta gama y sus lujosas residencias, las comparten con políticos influyentes, empresarios y autoridades. Quizá por eso se manejan con un mínimo de violencia entre o en el entorno que operan. Las guerras a gran escala no son comunes en ese medio social, como ocurre con las desarrolladas en las zonas urbano marginales y pueblos del interior, porque sencillamente serían muy destructivas desde el punto de vista político, por las alianzas y el simultáneo de negocios y trafasías. Es decir, el saqueo privado y público, toda esta pillería se encubre con el manto de un enorme ejercicio de inclusión, pero al mismo tiempo conformándose una gran clase adinerada que nos deben plantear serias dudas sobre la legitimidad de sus riquezas. He aquí la paradoja: cargados de sospechosos y sin medidas de control para evitarlos. Parece que somos incapaces de acabar con estas conductas de las organizaciones criminales y grupos de servidores públicos corruptos, por lo que necesitamos de una operación quirúrgica profunda para que se zanje definitivamente ese tumor maligno, que sufrimos los ecuatorianos. No soportamos otro desgarre del ya deteriorado prestigio nacional, con esta colección interminable de escándalos que nos suceden cada día. ¿Podemos callar que se comercializan fármacos vencidos, falsificados y se tolere el contrabando de todo tipo de medicinas, sin haber pasado por unos controles de seguridad, que puedan ser simples placebos e incluso contener sustancias tóxicas muy nocivas para la salud pública? Me da la impresión de que la anti ejemplaridad, es la norma a seguir en esta atribulada nación. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
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Las sociedades modernas están corrompidas por el dinero, la avaricia, el odio, la envidia, entre otros antivalores. Solo unos pocos oportunistas manipulan a las masas, anteponiendo sus propios intereses al bien común. Veo como la mayoría de ciudadanos no solo permite esas actuaciones, sino que participan de una forma directa o indirecta con una pasividad complaciente. Nos dejamos llevar por una sociedad consumista que fomenta "el tener antes que el ser". Somos esclavos del consumismo y el inconformismo, no valoramos lo que tenemos porque siempre ansiamos tener más y esta actitud nos lleva a convertirnos en esclavos de las deudas. Hemos llegado a sacrificar el tiempo que pudiéramos dedicar a nuestras familias, trabajando más horas para poder solventar las deudas que vamos adquiriendo a lo largo de nuestras vidas y mantener un estatus social, que se basa en las apariencias. Parece que es mejor visto y más prudente maquillar nuestro comportamiento, adecuarlo al contexto social, ocultar nuestros verdaderos sentimientos, moderarnos en nuestras respuestas o maniatar nuestra espontaneidad, en aras de una supuesta convivencia armónica. Incluso, a veces, nos engañamos a nosotros mismos, nos vemos rodeados de gente, consiguiendo reconocimiento y brillantez social, pero sin poder decir lo que pensamos, es decir, no somos auténticos, sino por el contrario, nos hemos convertido en simples imitadores de lo que hacen los demás, porque vivimos en el mundo del qué dirán. Apócrifa o no, la cita de Groucho Marx es digna de él: “Estos son mis principios, y si no les gustan, tengo otros”. Y viene al caso porque no deja de maravillar el pendular de la historia, o de cómo los extremos se alejan, y luego uno se impone sobre otro hasta que alcanza su punto de equilibrio y cruza el umbral de la inflexión para -irremisiblemente- desandar lo andado y dar paso al otro extremo y cambiar sus discursos; entonces el ciclo se repite, y así, de tanto en tanto, vamos "progresando". A pesar de toda la incertidumbre y desazón que hoy nos rodea, la humanidad avanza a pasos agigantados. Tengo fe en ella, no por lo que veo o siento, sino porque intuitivamente vislumbro la mecánica pendular que nos hace caminar hacia adelante, de tal suerte que, sin importar qué tanto retrocedamos, a largo plazo, vamos avanzando. Así, pasamos del siglo de las ideologías al de la banalidad extrema ¡en apenas tres décadas! Cuando se lee sobre una civilización (Egipto, China, Roma, da igual) se pasan por encima los años como si no pesaran nada, sin embargo, en retrospectiva, cuando dentro de unos siglos lean sobre nuestro tiempo, lo verán como otra página del libro de la historia escrita por unos pretenciosos, que se creyeron ser los últimos hombres. Hace apenas breves décadas las ideologías lo eran todo, y el mundo se dividía en función de ellas, de tal suerte que cada quien no sólo entendía que tenía la razón; sino que el otro estaba equivocado. Todo eso quedó atrás, estamos viviendo una era voluble y líquida, en la cual, la única certeza es acumular riquezas. Desafortunadamente, el culto a lo fácil y la oda al irrespeto, encuentran aliados en ciertos políticos y comunicadores, quienes se suman a la decadencia de hacer lo que sea por conseguir dinero con poco esfuerzo. Atrás quedaron valores, creencias y principios; todo quedó tan lejos, solo que hay varias generaciones que vivieron el cruce por la bisagra temporal del cambio de época, y por eso cuesta tanto entender el proceder de aquellos que pregonaban a los cuatro vientos una verdad, y hoy ni siquiera se toman la molestia de renegar, simplemente actúan de espaldas a ella. Quedan pocos referentes que puedan enseñar con su ejemplo, cómo vivir la vida desde la lógica de unos principios, que sin importar cuáles sean, una vez fueron comunes y universales para un inmenso colectivo planetario. Crear nuestra propia personalidad, estar a gusto con ella y consolidarla ante los demás, forma parte de nuestro aprendizaje para la vida. De lo que se trata, es de vernos a nosotros teniendo pensamientos y sentimientos propios. Si no te gusta cómo eres, o no te va bien con tu forma de ser, aprende, cambia de hábitos, crece en valores pero no te escondas. El ser humano no nace hecho, se hace con el paso de los años. Con el fin de las ideologías lo primero que se puso en venta fueron las ideologías. En el triunfo de la sociedad de consumo, está la semilla de su derrota; liberadas las fuerzas de un consumismo obsceno, la insostenibilidad ambiental, la hará naufragar inevitablemente. La economía vuelve y plantea su dilema irresoluble: con recursos limitados y necesidades infinitas, el descontento llegará, y con él, el cuestionamiento; entonces el péndulo hará su magia, a menos que la hiper conexión finalmente nos embote los sentidos y nuestra capacidad crítica, y terminemos dándole “likes” a los videos del colapso de nuestra civilización. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
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Fue el teórico sociopolítico Max Weber quien abordó por primera vez, el dilema ético de todo político: "el de la convicción y el de la responsabilidad". Detrás del postulado ético maquiavélico sobre el ejercicio del poder orientado a fines y a pesar de su acusada carencia de ética, éste no contiene aún lo que proclama Weber como de obligatoria observancia, a partir de la racionalidad política que alimenta lo que denomina "ética de la responsabilidad" aceptando las consecuencias de los actos. En este aspecto, la política y el ideal del político difieren en los entramados históricos: el Renacimiento, cuando Nicolás Maquiavelo escribió su obra cumbre: "El Príncipe", y las postrimerías de la modernidad, cuando Max Weber aportaba a la sociología y a la ciencia política un ensayo magistral: "La Política como vocación". Sin el desarrollo de las instituciones de hoy, en el imaginario del político ideal de Weber, existe una rendición de cuentas, es decir, un balance de los actos y las consecuencias para consumo propio. Y dos realidades disponibles: la ideológica y la material. Esta última emboza un amplio entramado de intrigas, competencias e intereses. Colocarse en la palestra pública como actor político, implica realizar actos políticos. Los actos políticos se constituyen en las acciones y recursos, visibles o no, mediante los que se procura, mantiene o pierde el poder. Es lo que resalta por todo lo alto y pone de relieve, Max Weber, en el concepto "ética de la responsabilidad". La entiende como una opción a la mano de los políticos racionales, que adoptan medidas informadas, con fines específicos, para producir efectos sobre el Estado, sobre sí mismos, sobre su lugar en el escenario del poder, sobre sus seguidores y adversarios. De hecho, el vínculo con aquello de que el fin justifica los medios, subsiste en que la escogencia de los fines es ajena a las convicciones y convenciones éticas, religiosas, ideológicas o morales. Nicolás Maquiavelo no invita a asumir las consecuencias de los actos, aspecto esencial en la visión de Max Weber sobre la política y la ética de la responsabilidad. Esta distancia también ilustra las diferencias de nivel del derecho a la libre expresión, existente en ambos periodos históricos: Maquiavelo dijo mucho menos de lo que sabía. Un país no puede institucionalizar la corrupción y sustituir los principios morales por la simulación. La justicia debe constituirse en la piedra angular para transparentar el ejercicio del poder. Necesitamos un sistema judicial que no discrimine al pobre y que castigue por igual, al desposeído y al rico que infrinjan la ley. No se debe negociar la impunidad para nadie. En el pasado reciente, los ecuatorianos fuimos inducidos y sometidos a un proceso de degeneración y degradación moral que afectó principalmente a la juventud, que está llamada a convertirse en la reserva moral de nuestra nación. La democracia no debe ser una instancia para alcanzar el poder con los recursos que son sustraídos al pueblo, que no percibe la solución a sus necesidades básicas, pese al sacrificio tributario que pretenden imponernos. Debemos iniciar un proceso de reversión de la situación actual, en el que los jóvenes asuman códigos de ética en su vida cotidiana, para enrumbar a las generaciones venideras por la senda de la transparencia y la honestidad. La clase media tiene que empoderarse, porque a ésta se la sobrecarga de impuestos para solventar un presupuesto nacional, que deberá ser transparentado en su ejecución. De ahí, que la equidad tiene que empezar con el sometimiento a los órganos del poder judicial, de aquellos que no puedan justificar su curioso enriquecimiento repentino. Estos señalamientos deben obedecer a la convicción de un credo que nos dé una filosofía, en la cual encontremos la ética en nuestras acciones. Hoy, la ética de la convicción está desvencijada porque los idearios se interpretan como escaramuzas para revestir con aura de ilusión y grandeza los intereses más espurios, las ambiciones personales más desmedidas, las más grandes canalladas y una mayor corrupción e ineficiencia. De todo lo expuesto, se infiere que la ética de la convicción nutra los discursos críticos, en tanto, la ética de la responsabilidad, los actos orientados a resultados. Asumir la ética de la responsabilidad, no implica renegar de los idearios. Es evitar que estos, se constituyan en obstáculos. Los políticos se enfrentan a este dilema. Colocarse en uno de sus extremos, los caracteriza. En cualquiera, deben saber que sus acciones y omisiones tendrán consecuencias, todavía más severas en la medida en que propicien la merma o pérdida del poder. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®