En el mundo moderno, el papel de los medios de comunicación se asemeja con frecuencia a la función del clero, en determinar lo bueno y lo malo de las manifestaciones que emergen de las actividades sociales.
Sus señalamientos y “decretos” no sólo guían la conducta de sus lectores y seguidores, sino que también orientan en ocasiones las decisiones de los gobernantes influyendo en ellos; es decir, que la prensa tiende a definir la realidad y a delimitar las fronteras políticas de los acontecimientos, de ahí la gran importancia de la mediatización en los procesos que soportan al crimen organizado.
Cuando las actividades políticas, empresariales, sociales, artísticas y hasta deportivas, son permeadas por mafias locales e internacionales, buscan en la mediatización, el ocultamiento de sus acciones delictivas.
El mafioso es el exponente del crimen integrado a la sociedad, a través de cualquier actividad productiva y se establece tras lograr invisibilizarse en el ámbito penal. Esta especie de ceguera pública, avalada por la mediatización cómplice con el fenómeno mafioso, llega a ser culpable cuando se sabe que el crimen organizado está detrás de estos auténticos procedimientos criminales.
La acción mediática controlada por las mafias solo tiene que mantener y presentar los temas bajo el prisma del declive en su trascendencia, que no es más que su ocultamiento y desvirtualización de la realidad comprometedora del delito.
Lo serio de esta confabulación mafiosa es que amenaza no solo las libertades económicas y políticas, también afecta la gestión pública gubernamental de preservación y conservación vital del medio ambiente (minería ilegal), destruyendo los recursos naturales, y con ellos la vida que generan.
Cuando la institucionalidad domina el anarquismo, la realidad no se oculta, se expresa con responsabilidad social. En cambio, en un sistema mediatizado y corrupto, la realidad se oculta bajo el prisma de la impunidad.
Veamos pues, los acontecimientos que se generan en la sociedad con la lupa de la realidad que nos rodea y no bajo la discreción con que actúan sus depredadores, también hagamos conciencia de que la gran delincuencia organizada es en esencia, encubierta por el manto de la complicidad de la mediatización.
La historia contemporánea resulta incompleta si se niega la existencia del hecho criminal con la ayuda del uso delictivo de la tecnología y sus actores, como brazo de ejecución mediática.
Sabemos que el escenario de las grandes mafias del mundo, no se da solamente en la República del Ecuador, pero en algún momento se ofrecen pistas marcando nuestro parecido con el que operan las mexicanas, colombianas, venezolanas, rusas, turcas, calabresas, albanesas, y un amplio etcétera, por los estremecedores hechos que ocurren en nuestro territorio.
Hay todo un catálogo de horrores, parece que nos ha enseñado a matar con sadismo, y desde luego al robo, la estafa y la extorsión; el soborno, la estafa, el contrabando de armas y mercancías más sofisticadas; el tráfico de drogas, el tráfico ilegal de combustibles y recursos mineros; bebidas falsificadas, tráfico de migrantes y de órganos humanos de niños (as); falsificación de documentos, medicamentos falsos y vencidos, entre otros tantos execrables delitos.
Pero la gran diferencia entre esas mafias y las nuestras, radica en que las de aquí no se ocultan, son visibles, y hasta toleradas. Los personajes implicados se mueven y actúan ignorando que se les ve, que se les conoce, y siguen en su rutina diaria, viviendo su propia realidad.
Así nos expresamos de sus más conspicuos representantes. La sociedad los observa sin asombro, por todo un comportamiento libertino de grupos dedicados hasta al sicariato, que llegan a helar la sangre, y contemplarlos además tan a menudo, resulta ya abominable.
Acorde con el vigente clima de poca intransigencia, hasta espacios públicos VIP y franqueadores o escoltas motorizados, los obtienen con complacencia de las autoridades.
Tienen habilidades que les sobran para realizar sus acciones ilícitas a la luz del sol, haciendo añicos los sistemas legales y normas del país.
Los máximos responsables de seguridad y defensa del Estado y de la ciudadanía, siempre han identificado y superado esos fallos, que a veces impiden detectar a tiempo a los mafiosos ecuatorianos, pues los mismos timadores ayudan a su identificación porque no ocultan, o mejor dicho, exhiben con desparpajo sus relojes de oro, vehículos de alta gama y sus lujosas residencias, las comparten con políticos influyentes, empresarios y autoridades. Quizá por eso se manejan con un mínimo de violencia entre o en el entorno que operan.
Las guerras a gran escala no son comunes en ese medio social, como ocurre con las desarrolladas en las zonas urbano marginales y pueblos del interior, porque sencillamente serían muy destructivas desde el punto de vista político, por las alianzas y el simultáneo de negocios y trafasías.
Es decir, el saqueo privado y público, toda esta pillería se encubre con el manto de un enorme ejercicio de inclusión, pero al mismo tiempo conformándose una gran clase adinerada que nos deben plantear serias dudas sobre la legitimidad de sus riquezas.
He aquí la paradoja: cargados de sospechosos y sin medidas de control para evitarlos. Parece que somos incapaces de acabar con estas conductas de las organizaciones criminales y grupos de servidores públicos corruptos, por lo que necesitamos de una operación quirúrgica profunda para que se zanje definitivamente ese tumor maligno, que sufrimos los ecuatorianos.
No soportamos otro desgarre del ya deteriorado prestigio nacional, con esta colección interminable de escándalos que nos suceden cada día.
¿Podemos callar que se comercializan fármacos vencidos, falsificados y se tolere el contrabando de todo tipo de medicinas, sin haber pasado por unos controles de seguridad, que puedan ser simples placebos e incluso contener sustancias tóxicas muy nocivas para la salud pública?
Me da la impresión de que la anti ejemplaridad, es la norma a seguir en esta atribulada nación.
La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®