Fue el teórico sociopolítico Max Weber quien abordó por primera vez, el dilema ético de todo político: "el de la convicción y el de la responsabilidad".
Detrás del postulado ético maquiavélico sobre el ejercicio del poder orientado a fines y a pesar de su acusada carencia de ética, éste no contiene aún lo que proclama Weber como de obligatoria observancia, a partir de la racionalidad política que alimenta lo que denomina "ética de la responsabilidad" aceptando las consecuencias de los actos.
En este aspecto, la política y el ideal del político difieren en los entramados históricos: el Renacimiento, cuando Nicolás Maquiavelo escribió su obra cumbre: "El Príncipe", y las postrimerías de la modernidad, cuando Max Weber aportaba a la sociología y a la ciencia política un ensayo magistral: "La Política como vocación".
Sin el desarrollo de las instituciones de hoy, en el imaginario del político ideal de Weber, existe una rendición de cuentas, es decir, un balance de los actos y las consecuencias para consumo propio. Y dos realidades disponibles: la ideológica y la material. Esta última emboza un amplio entramado de intrigas, competencias e intereses.
Colocarse en la palestra pública como actor político, implica realizar actos políticos. Los actos políticos se constituyen en las acciones y recursos, visibles o no, mediante los que se procura, mantiene o pierde el poder.
Es lo que resalta por todo lo alto y pone de relieve, Max Weber, en el concepto "ética de la responsabilidad". La entiende como una opción a la mano de los políticos racionales, que adoptan medidas informadas, con fines específicos, para producir efectos sobre el Estado, sobre sí mismos, sobre su lugar en el escenario del poder, sobre sus seguidores y adversarios.
De hecho, el vínculo con aquello de que el fin justifica los medios, subsiste en que la escogencia de los fines es ajena a las convicciones y convenciones éticas, religiosas, ideológicas o morales.
Nicolás Maquiavelo no invita a asumir las consecuencias de los actos, aspecto esencial en la visión de Max Weber sobre la política y la ética de la responsabilidad. Esta distancia también ilustra las diferencias de nivel del derecho a la libre expresión, existente en ambos periodos históricos: Maquiavelo dijo mucho menos de lo que sabía.
Un país no puede institucionalizar la corrupción y sustituir los principios morales por la simulación. La justicia debe constituirse en la piedra angular para transparentar el ejercicio del poder.
Necesitamos un sistema judicial que no discrimine al pobre y que castigue por igual, al desposeído y al rico que infrinjan la ley. No se debe negociar la impunidad para nadie.
En el pasado reciente, los ecuatorianos fuimos inducidos y sometidos a un proceso de degeneración y degradación moral que afectó principalmente a la juventud, que está llamada a convertirse en la reserva moral de nuestra nación.
La democracia no debe ser una instancia para alcanzar el poder con los recursos que son sustraídos al pueblo, que no percibe la solución a sus necesidades básicas, pese al sacrificio tributario que pretenden imponernos.
Debemos iniciar un proceso de reversión de la situación actual, en el que los jóvenes asuman códigos de ética en su vida cotidiana, para enrumbar a las generaciones venideras por la senda de la transparencia y la honestidad.
La clase media tiene que empoderarse, porque a ésta se la sobrecarga de impuestos para solventar un presupuesto nacional, que deberá ser transparentado en su ejecución. De ahí, que la equidad tiene que empezar con el sometimiento a los órganos del poder judicial, de aquellos que no puedan justificar su curioso enriquecimiento repentino.
Estos señalamientos deben obedecer a la convicción de un credo que nos dé una filosofía, en la cual encontremos la ética en nuestras acciones.
Hoy, la ética de la convicción está desvencijada porque los idearios se interpretan como escaramuzas para revestir con aura de ilusión y grandeza los intereses más espurios, las ambiciones personales más desmedidas, las más grandes canalladas y una mayor corrupción e ineficiencia.
De todo lo expuesto, se infiere que la ética de la convicción nutra los discursos críticos, en tanto, la ética de la responsabilidad, los actos orientados a resultados. Asumir la ética de la responsabilidad, no implica renegar de los idearios. Es evitar que estos, se constituyan en obstáculos.
Los políticos se enfrentan a este dilema. Colocarse en uno de sus extremos, los caracteriza. En cualquiera, deben saber que sus acciones y omisiones tendrán consecuencias, todavía más severas en la medida en que propicien la merma o pérdida del poder.
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