El descuido del ser humano por la sociedad de la posmodernidad ha conducido a un resquebrajamiento de su conciencia moral. Asimismo, el abandono de la fe ha llevado a muchos, a una especie de “liberación” frente a los imperativos morales.
No se trata de rechazo de una norma concreta o de otra, sino de un auténtico “vaciamiento ético”. Sin lugar a duda, los buenos hábitos morales refuerzan la capacidad de juzgar razonablemente.
En cambio, cuando éstos faltan, resulta más fácil que se extravíe la razón, generando “ciudadanos sin conciencia ni moral".
En los últimos años, ha surgido un modo puramente subjetivo de posicionarse ante lo moral. Incluso, hay quienes evalúan todo código moral como una imposición que atenta contra la libertad personal.
Por otra parte, también es cierto que se actúa como “por inercia” y que grupos importantes de la sociedad viven en una cultura moral de otros tiempos. Por ejemplo, seguimos hablando de amor, de justicia, de verdad, de respeto al otro y de solidaridad con los demás, pero no practicamos lo que predicamos.
Pero tales palabras han perdido fuerza. Paulatinamente, los grandes valores éticos están siendo sustituidos por los intereses personales. A la hora de la verdad, lo que cuenta es el propio provecho y el placer personal.
Así, ese “vacío ético” comienza a manifestarse en la sociedad, a través de una ciencia económica “sin conciencia” que termina generando desempleo y pobreza entre los más desposeídos.
La corrupción crece en la medida en que otros intereses suplantan la vocación de servicio a la que están llamados, por ejemplo, los políticos, que deberían estar orientados al bien común.
De igual manera, la permisividad absoluta en lo sexual y la escasa valoración de la fidelidad conyugal, acarrea cada vez más sufrimiento a las parejas, a los hijos y a los hogares.
Pero más aún, los medios de comunicación se han convertido en poderosos mecanismos al servicio del dinero y de la mentira. Definitivamente, se han rebasado los límites. Todo se compra y se vende. Incluso, los dolores más secretos y las emociones más íntimas.
A raíz de todo esto, se ha comenzado a deformar la conciencia colectiva. Definitivamente, no podemos continuar por este camino. Los daños que se están cometiendo contra el individuo y su dignidad, son muy graves.
La ausencia de moral en la sociedad conduce a la destrucción de la humanidad. Hay que pensar más en los demás.
Un país no puede institucionalizar la corrupción y sustituir los principios morales por la simulación. La justicia tiene que constituirse en la piedra angular para transparentar el ejercicio del poder.
Necesitamos un sistema judicial que no discrimine al pobre y que castigue por igual, al desposeído y al rico que infrinjan la ley. No se debe negociar la impunidad para nadie.
La justicia no está haciendo su trabajo y, además, está parcializada. Hay que comenzar a implementar y a vivir un sistema de valores éticos, asumidos personal y socialmente. La sociedad tiene que encaminarse a ser más solidaria, justa y compasiva.
En el pasado, los ecuatorianos fuimos inducidos y sometidos a un proceso de degradación moral y ética, que afectó principalmente a la juventud, que debe convertirse en la reserva de nuestra nación.
La democracia no debe ser una instancia para alcanzar el poder con los recursos que han sido sustraídos al pueblo, que no percibe la solución a sus necesidades básicas, pese al sacrificio tributario que tiene que asumir. El camino asumido es contrario a la verdad, al buen ser y buen hacer.
Necesitamos más luz en la conciencia humana, para redescubrir la importancia de los valores éticos y recuperar colectivamente el comportamiento moral, así como también, la verdad última del ser humano.
Tenemos que avanzar hacia un mejor porvenir y no pensar que los actores políticos del pasado tienen la solución de una crisis moral que ellos mismos provocaron, por su avaricia.
La clase media tiene que empoderarse, porque a ella se sobrecarga de impuestos para solventar un presupuesto nacional, que deberá ser transparentado en su ejecución.
De ahí que la equidad tiene que empezar con el sometimiento a los órganos del poder judicial, de aquellos que no puedan justificar su enriquecimiento.
Estos señalamientos deben obedecer a la convicción de un credo que nos dé una filosofía, en la cual encontremos la ética en nuestras acciones.
Hemos de convencernos que aquel a quien esperamos, ha sido enviado por Dios “para ser testigo de la verdad”. Y, quien es de la verdad, escucha su voz con prontitud y celebra la Navidad.
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