Los principales actores de nuestro sistema democrático están poniendo en práctica un peligroso juego relativista en lo moral, en la interpretación de las normas jurídicas, en las explicaciones debidas a la población acerca de su proceder y, en fin, en todo cuanto por su naturaleza está expuesto al control social.
Pero lo peor de todo es que tal conducta es tan contagiosa que ya, hasta los considerados por el pueblo como los más calificados para hacer de manera firme ese control social, parecen habernos contagiado de la inopia moral.
En cada opinión, docta o indocta, cabe ponernos a recaudo del engaño que pueda venir envuelto en las buenas intenciones del acerbo crítico.
En una sociedad donde los ideales se negocian, la lealtad se traiciona y el saqueo de los recursos del Estado justifican su ejecución; la inconducta está sustentada por voces mediatizadas que carecen de dignidad.
Se trata de exponentes de denuncias pagadas y difamaciones compradas, usando corbatas finas que sirven como baberos de expresiones aduladoras e incondicionales de servilismo hacia los poderes de turno, hasta llegar a etiquetarse probos de la incapacidad, fungiendo como mercaderes de la información clasificada.
Las redes sociales, por ejemplo, están inundadas de opiniones que van desde verdaderos galimatías hasta los bien hilvanados conceptos teóricos sobre los temas más relevantes de la agenda pública.
Pero, insisto, de todos, cabe preguntar: ¿cuál es ese discurso creíble? Por desgracia, hoy, ninguno. Porque detrás de muchos discursos -y en este caso hay que resaltar de manera preponderante los discursos de los famosos líderes de opinión- puede haber escondido un acto veleidoso de un ente promiscuo conceptualmente, de un velero empujado por el viento del dinero.
Estamos construyendo una sociedad charlatana, en la que muchos de sus principales hombres y mujeres no reparan en lo que se pueda pensar de ellos. Lo que cuenta es armar el escenario adecuado, para que las cosas salgan a su antojo.
Andan descaradamente en una actitud envidiosa, indexando todo a la medida de sus ambiciones, o las de quien los compra: lo que haya que cambiarle a la ley, para acomodarla a sus intereses, que se le cambie. Y, como vamos, hasta la democracia también la podremos cambiar, y hacer una nueva, constituida de nuestros desaciertos.
Es la nueva forma de hacer Patria sin país, sin la veracidad de los hechos que nos hacen libres, rechazando la expresión de la esclavitud que representa la mediatización que ahoga los principios y condicionan el bien común, en favor de la toma de decisiones privilegiadas de minorías.
La simulación es el arma efectiva que enmascara la realidad de la falta de equidad. El propósito es otorgar las oportunidades a los timadores y a los comprometidos con la impunidad.
El compromiso es ineludible, apoyando un nuevo liderazgo capaz de concertar un capital social moral que represente un mejor futuro para la sociedad ecuatoriana.
“La política no es una especulación, es la ciencia más pura y digna después de la filosofía, para así ocupar las inteligencias nobles”. Caminemos juntos por la educación para rescatar nuestra cultura, y con ella, apreciar nuestro verdadero valor como nación.
Todo este escenario invita a preguntarnos: ¿Hasta cuándo y hasta dónde? ¿Cómo vamos a retomar el camino de lo ético, cómo vamos a recuperar esa credibilidad perdida merced a la práctica del "sálvese quien pueda"?.
Los temas más recientes batidos en nuestra coctelera política son la mejor muestra de que estamos cautivos en una odiosa babel que acrecienta nuestra crisis de confianza: en cada situación surge el ruido caótico de las divergencias que buscan, todas, el famoso “báratro”, la idea luminosa, sin distinguir entre medios correctos e incorrectos, sin reparar en el daño que estamos haciendo a nuestra institucionalidad democrática.
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