Asistimos en vivo y en directo no a una campaña electoral, sino a un espectáculo denigrante que habla de la poca o nula moralidad con la que algunos contendientes – no todos, por favor, no nos equivoquemos- están mostrando vertiendo sus miserias con absoluta impudicia.
De tal manera que cuando leo o escucho tantas barbaridades lo primero que pienso es si son muchos o pocos los votantes que puedan confiar en seres tan sucios para gestionar asuntos fundamentales de sus vidas.
También me pregunto si sabrán los electores qué se vota este domingo. A estas alturas y a tenor del fragor de las palabras y los hechos se puede afirmar que asistimos a una muy sucia batalla por el poder, no por el poder local sino el de la España entera.
Todos sabemos que no son las cuestiones locales que conforman el día a día en nuestros pueblos -los equipamientos, la educación, los servicios públicos, el cómo afrontar el cambio climático, los barrios etc etc-, no son-repito-las que se presentan a examen el domingo, sino tumbar al sanchismo.
Lo repiten constantemente los medios de sus aparatos. Las elecciones son locales pero una parte de la involución corrupta española saliva pensando “tumbar” YA (vaya verbo) al gobierno sin esperar a las calendas de noviembre.
Definitivamente la política española está, sigue estando muy enquistada y – salvo cortos períodos recientes en que pareció que el aire fresco iba a depurar tanta lacra heredada- cualquier confrontación electoral, ya sea local, regional o nacional, se convierte en un combate a dos, en un plebiscito escolástico entre el bien o el mal, defendiendo cada españolito lo que es el bien y el mal.
Y ello a pesar de que son varias las opciones que aspiran a representar a la incuestionable pluralidad de la ciudadanía (ocho aquí en Marbella) pero, llegada la hora de la verdad, son mayoría quienes parecen preferir eso tan español de quedarse tuertos con tal de ver al otro ciego reduciendo la contienda en una pelea a dos.
En ese contexto reduccionista y no representativo, muchos votantes actúan como si no les molestara demasiado la degradación moral de aquellos a quienes eligen para representarles, su capacitación, su mochila, su saber hacer, su trayectoria política, su balance de hechos y no hechos.
Sino que lo que les importa es tratar de impedir que “ el otro” gane; al enemigo, ni agua. No hay transferencia política en España entre un bando y el otro a través de organizaciones que estén dispuestas a pactar soluciones y no embestidas.
Puede que el domingo a algunas personas las vísceras les pidan no votar, pasar de largo, no apoyar a nadie, aunque eso suponga un abandono de toda implicación en los asuntos comunes que nos afectan, una actitud a todas luces egoísta.
Con dicha actitud y con la ley D’Hondt en la mano, se contribuye decisivamente a concentrar el poder entre las marcas más poderosas (como si de Coca o Pepsi se tratara), a polarizar el resultado final de forma poco o nada representativa de la sociedad.
Puede, además, que la abstención sea una estrategia buscada de forma astuta si pensamos que entre unos y otros (y sálvese quien pueda) históricamente el éxito electoral de las derechas en España ha sido directamente proporcional al porcentaje de gente a la que se consiguió dejar en su casa ese día. La compra del voto por correo de estos días no es otra cosa.
Por el contrario, es votando, participando como se puede detener este deterioro de la vida política y ciudadana y recuperar el respeto por nosotros mismos, por cada uno de los demás y por el conjunto que componemos entre todos eso que se llama ciudadanía. No hay nada más serio.
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