Me decido a exponer cuatro palabras sobre un tema que pesa en nuestras conciencias de un tiempo a esta parte, se trata del uso inadecuado de los teléfonos por parte de la infancia y su relación con la hipersexualización de la vida.
Aclaremos un poco, la infancia hace tiempo que está desapareciendo o, al menos, su duración como etapa biológica de la vida se está reduciendo a pasos agigantados.
O sea, que una personita de 10-12-14 años con un móvil (un ordenador con internet) en sus manos, podemos concluir que no es un niño, es un piloto de fórmula 1 que navega por una autopista sin límites de llamada en internet, una autopista por la que circulan bólidos que se llevan por delante la infancia, la adolescencia y hasta la senectud si no se tiene la madurez necesaria para navegar por esos lares.
¿Cómo son esos niños, quiénes son sus responsables? Tienen entre 9 y 13 años, pero se visten y comportan como si tuvieran 18.
Les llaman los “tweens”, todos aquellos niños y niñas, principalmente niñas, hipersexualizados como digo, pero también hiperconsumistas, poco tolerantes a la frustración, se identifican con ídolos mucho mayores que ellos y que han nacido en la época en lo que lo privado es público y no existe intimidad.
Están hiperconsentidos desde que eran bebés o antes, los reyes de la casa, a los que los padres y madres no saben decir NO, que a este paso va a ser la palabra más difícil de pronunciar.
Eso, por un lado, o sea, que no hablemos de niños de esos que antes jugaban a las casitas o la pilla pilla. Juegan, se entienden con el ordenador llamado teléfono móvil que usan para todo menos para telefonear a nadie.
Lo segundo que debo aclarar es eso que acabo decir del uso inadecuado de la tecnología, ¿Qué es o no es adecuado?
No pretendo introducir un debate al respecto. Me quiero referir, lo digo claro ya, a la hipersexualización de la vida en relación directa con el uso de internet vía teléfono, aparato que hemos puesto en manos de los niños de forma poco consciente y que, como sabemos, no tiene límites.
No hablo de sexo, no hablo de la función reproductora que tienen todos los seres vivos y que hay que conocer antes de usar, como cualquier otra cosa.
Hablo de la sexualización de la vida, de convertirlo todo en sexo, de fomentar en exceso el culto al cuerpo, de valorar la apariencia por encima de todo, de perseguir cuerpos inalcanzables, de cánones de belleza predeterminados … ¿les suena?
Por no hablar de pornografía. El problema, según decía ya en 1975 Susan Sontag, “no es desear ser bella sino sentir la obligación de serlo”.
Es lo que hay, lo que se puede ver todos los días cada vez que se abre Internet, Facebook, Instagram, TikTok o lo que sea.
Sabemos que la sexualización de la vida también se daba antes de existir la Red, pero ésta ha amplificado el fenómeno haciéndolo más visible y, sobre todo, convirtiendo en víctimas a los menores, que acaban sufriendo las consecuencias y riesgos de esa hipersexualización de la mal llamada infancia o adolescencia a través de internet.
Niños, los “tweens”, que se dedican a publicar en las redes contenidos basado en su imagen, muchas veces hipersexualizada, arriesgándose a llamar la atención de adultos con intenciones maliciosas o a ser víctimas de otros riesgos como el “bullying”, el robo de datos o la suplantación de identidad…
¿Qué se puede hacer? Hay quien dice que no se puede hacer nada. Les remito a lo que Savater decía en El valor de educar: la sociedad se escuda en que no puede con los niños, con sus caprichos con sus tonterías… A lo que responde Savater: Con los que no se puede es con los tigres de Bengala, con un mocoso de 12 o 13 años cómo no se va a poder.
Ahí lo dejo para que sigan ustedes.
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