Si se cumplen todos los datos, de todas las encuestas, Nicolás Maduro puede tener los días contados, parece imposible que gane las elecciones del 28 de julio.
Un resultado contrario sería tanto como dar constancia de que nunca supo ser un socialista, más bien un simple dictador del siglo XXI.
Las encuestas vienen diciendo que la Plataforma Unitaria Democrática (PUD) liderada por Corina Machado tiene un respaldo del 45,8% y Maduro del 21,6%.
Maduro, que ha querido jugar a la mixticidad política, entre el dictador y el demócrata, sabe que no solo están en juego sus intereses, que hay muchos otros esperando que su salida se materialice, uno de ellos los de Estados Unidos, otros son los de México, Colombia, Argentina, Brasil, la Unión Europea y, los de Venezuela. Una nueva ola de emigrantes y, la falta de petróleo dan pánico.
Así las cosas, la PUD, con el diplomático Edmundo González Urrutia solo compite contra Maduro a sabiendas de que, todas las apuestas están a su favor, pero que hay que ganar como si se compitiera en un maratón de 2 kilómetros.
La legitimidad que necesita Maduro
El plan que Nicolás Maduro había preparado para Manuel Rosales, como candidato opositor a la presidencia, como seguro perdedor de la contienda y, como legitimador del triunfo chavista a la hora de reconocerle como presidente en la Asamblea Nacional o, el Tribunal Supremo, le salió mal, Rosales dio su respaldo a la PUD, en el último día de la presentación de los candidatos. Menuda hostia para el líder de los rojos rojitos.
El presidente pensó que bailando salsa, vestirse con chándales multicolores y pegar gritos de gloria al bravo pueblo; los venezolanos le amarían, que ilegitimando a Leopoldo López, Enrique Capriles, María Corina, Corina Yoris y, encarcelando al equipo de campaña de Machado, llamándoles, por igual, extremistas, terroristas y, ultraderechistas, el pueblo volvería a creer en el socialismo del siglo XXI. Se equivocó.
Estaba convencido que, siendo amigo de China, Cuba, Rusia o, Irán, todos sus movimientos se podían blanquear, pues tampoco le ha funcionado.
La influencia occidental mantiene su misma fuerza de penetración cultural e ideológica en Venezuela, porque está más cerca de las costumbres de los venezolanos, además, Cuba no es un ejemplo de prosperidad a seguir.
Sin embargo, mantiene la apuesta de que en Venezuela, aunque estén llamados a avotar más de 20,5 millones de personas, habrá la misma abstención que en 2018 (54%), suficiente para volver a ganar; está seguro de tener la razón, digan lo que digan y, se lea lo que se lea.
Dentro de ese escenario que se ha montado, incluye el voto de los venezolanos en el exterior y las dificultades que tienen para actualizar sus datos en el Registro Electoral consular, si existe en el país o, en la ciudad, tal como le sucedió en las presidenciales de 2018 al más de un millón de votantes. Recordemos que el Observatorio de la Diáspora venezolana estima que casi 8 millones de venezolanos han emigrado.
No obstante, se olvida de que en aquellos momentos era capaz de dispersar los votos, pero que ahora existe un movimiento ciudadano que ha manifestado, en un 60,9%, su intención de votar.
La PUD aglutina la simpatía venezolana y, la gente la ve como una real alternativa de gobierno. El pueblo quiere un cambio y, esto es muy importante.
El desconocido y la imagen de Maduro
González Urrutia, un desconocido, llega con el respaldo de la líder de la PUD, la inhabilitada Corina Machado, la mujer que recuperó la confianza de unos venezolanos agotados de tanta política chirriante y con pocos resultados que aplaudir.
En su primer mensaje, González destacó que habrá una transición donde se garantizará la libertad de los presos políticos y, que levantaba la abandera de la unidad amplia e integra para todos los venezolanos.
En esa primera aparición pública, González Urrutia dejó la sensación de ser una persona creíble, con experiencia y, autocontrol, se presentó presidenciable y, como la antítesis de Maduro.
La imagen del líder bolivariano se ha destapado como la de un mal perdedor que ha fracasado en su gestión política y, hundido las reglas básicas del socialismo, haciéndonos recordar a su padre político, Hugo Chávez, cuando en 2007 no tuvo éxito en su intento de reformar la Constitución, ese día salió por televisión para decirle a los venezolanos que habían votado en contra que: Había sido una victoria de mierda, de mierda.
Ahora el futuro que puede venir le genera miedo; perdiendo el poder también perderá las fotos y los murales de Hugo Chávez y, tal vez el nombre de la República Bolivariana. Es como ser millonario y de repente arruinarse.
Qué puede ofrecer Maduro para ser creído, cómo puede recuperar su credibilidad si mantiene a su alrededor a la misma gente que está yendo a la cárcel por corrupta. Cuál sería su nuevo equipo de gobierno. No puede hacer nada porque traspasó todas las líneas rojas.
Maduro se ha convertido en un presidente con pie de barro, crispado y sin capacidad de asumir alguna responsabilidad de la realidad de venezolana, en un hombre sobrepasado por el poder.