Quienes siguen el caso venezolano, comienzan a no tener nada que decir, salvo que los resultados electorales de Maduro recuerdan a Putin, todos dicen que el ruso perderá la guerra porque occidente no puede permitirse que la gane, pero perderla, perderla, no parece que esté sucediendo.
Lo que, de nuevo, nos está quedando, es que a los dictadores es muy difícil quitarlos, no hay que pensar mucho para comprobarlo, en 2011 todos creímos que el tirano de Siria, Bashar al-Assad, se marchaba y, ahora anda por ahí abrazando a sus amigos de la liga árabe, Miguel Díaz-Canel continúa poniéndose guayaberas blancas como símbolo de paz, Teodoro Obiang Nguema le ha estrechado las manos a Jacques Chirac y, a José Luís Rodríguez Zapatero y, Daniel Ortega, pues ahí, convertido en un don nadie, pero presidente.
Lo peor es que, Maduro lo avisó varias veces, dos en 2017, cuando les dijo a los venezolanos que se convertiría en dictador si no le dejaban trabajar como él quería, luego este mismo año, en febrero advertía que ganarían las elecciones por las buenas o por las malas y, más tarde, en agosto, cuando gritaba que estaba dispuesto a todo para no dejar entrar a los ciberfascitas.
Por otra parte, el que tenga a “Nicolasito” en el refrigerador, hay que tomárselo como todos los ejemplos que conocemos y, que han terminado en el poder, algunos son Corea del Norte, Cuba, Siria, Qatar, Camboya, Azerbaiyán, Suazilandia, Baréin, Emiratos Árabes Unidos o, Arabia Saudí. Es que los malos, no pueden ser buenos, es un contrasentido.
Esta misma semana Edmundo González Urrutia advertía que la sentencia del TSJ agudizará la crisis que viven los venezolanos y, que la solución es una auditoría internacional de las actas; un día antes, el jueves 23, Vedant Patel, portavoz adjunto del Departamento de Estado de los Estados Unidos dijo que lo del TSJ venezolano no tiene credibilidad alguna, pero que ellos (los partidos) se las tienen que resolver hablando.
Pareciera que Maduro incluso fuera inteligente o, que alguno de ellos se ha venido pensando todo lo que está sucediendo, me refiero a eso de las fases que se deben cumplir para quitarlo o, para que se quede.
Los rojos rojitos desde el 2000 se han empeñado en alcanzar la fase donde debía germinar la conciencia de la lucha de clases, sin embargo, después de 24 años han fracasado en su empeño, reduciéndola a una lucha meramente económica,
como cualquier vulgar apátrida y traidor capitalista. Como son las cosas.
Quizá por ello, por el amedrantamiento emocional, ahora quieren, asustados y atropelladamente, hacer una especie de entronización cesarista como solución a todos sus males.
De repente la crisis política, económica e ideológica que ellos solitos se montaron dentro del PSUV, la quieren resolver con un Maduro más hegemónico y personalista como única suerte; si yo fuera Diosdado Cabello, Jorge Rodríguez o Vladimir Padrino, estaría acojonado.
Esa salida, junto con la ambición desmedida, se mire por donde se mire solo tiene la perspectiva de la catástrofe y la implosión, porque, salvo Maduro, ni los obreros ni los burgueses, ni los soldados, ni su mujer, dominarían el cotarro.
Y, todavía, después de todo lo que acabo de soltar, continuamos escuchando que con esta clase política hay que negociar, que la democracia se impondrá al dictador del siglo XXI. Que no toque esperar tanto como el que Maduro se lea el Quijote.