La fuerte y tremebunda, realidad española de hoy mismo tapa un poco esa otra realidad más distante, pero mucho más trágica que es la matanza de palestinos.
Por unos días, nuestra atención se centra en lo que tenemos delante, y nos sentimos un poco aliviados porque los telediarios no abren con la barbarie de Gaza que no cesa, y para muchos empieza a ser cansina, pero abren con la barbarie local y eso nos provoca y nos revuelve la bilis hasta el punto de mirar para otro lado, recurrir al todos son iguales pero sin tomar posiciones pues la cosa parece no ir con nosotros, que no estamos en guerra, que los que se matan son otros.
En ambos escenarios actuamos, nos comportamos como meros espectadores; proferimos una jaculatoria que parece que vamos a por fruta y nos encogemos de hombros.
Aunque no tienen nada en común, quiero resaltar la similar actitud para movernos el ánimo en
ambos casos que tienen lugar ahora mismo, al mismo tiempo: en Gaza se está produciendo un crimen contra la Humanidad, pero no es cosa nuestra y estamos a la espera de que alguien haga algo.
En España está teniendo lugar una batalla política utilizando - por ahora - el verbo, las banderas y algún que otro huevo, pero lo más cómodo es no pronunciarse y que lo solucione Pedro el estratega.
De momento es una serie televisada de la que sólo hemos visto un par de capítulos pero amenaza con continuar. Veremos.
En cualquier caso lo que pretendo resaltar es la cómoda fórmula de la equidistancia para no tomar partido, para disimular, como poniéndonos de perfil sin darle voz a nuestras conciencias.
Parece que la mayoría no se atreve a pensar en voz alta no vaya a ser que… ¿era eso la mayoría silenciosa?
Pero hay situaciones, hechos, realidades ante los que no hay equidistancia posible sin perder la vergüenza.
Crímenes atroces como los de Hamás no pueden justificarse con muchos más crímenes de igual atrocidad.
Defender a Palestina no es defender a Hamás como tampoco lo es reconocer que Israel lleva más de 70 años siendo un estado colonial y opresor que viola el derecho internacional y no cumple con las decisiones de la ONU ante la irada impasible, un tanto cómplice de los llamados países democráticos.
Y, aquí en casa, también se libra otra guerra, guerracivilismo puro redivivo, no sólo en las calles sino en el Parlamento, guerra a la que - los más - asistimos atónitos, como no creyendo lo que vemos y oímos porque nos parecía ya superado pero ante lo que no parece que estemos dispuestos a mover ni un dedo y, mucho menos, a tomar partido.
En estas situaciones con perfiles muy claros, muy marcados por la sinrazón, por el tremendismo, por los excesos, alguien siempre apela a la famosa equidistancia: todos son iguales. Y nuestra conciencia se tranquiliza... pero no es verdad, no son todos.
Recordemos la vieja sentencia que dice: «Lo único necesario para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada».
Pero, sobre todo, y por este propósito escribo y les hablo hoy un lunes 20 de noviembre, traigo un texto de la Divina Comedia, concretamente las palabras del poeta Virgilio a Dante en su viaje por el infierno cuando este se interesa por los indolentes, los flojos de piernas:
“¿Qué son esos suspiros, gritos y llantos que retumban en el aire sin estrellas?, pregunta Dante.
Vienen del Antiinfierno -responde Virgilio- donde son castigadas las tristes almas que vivieron sin infamia y sin honor.
Son los ignavos, almas que en vida no hicieron ni el bien ni el mal, por su elección de cobardía”.
Pues eso, no es equidistancia , es cobardía. Buenas tardes
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