Por Fabrizio Reyes De Luca
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6 de enero de 2025
Ciertamente, Ecuador enfrenta una preocupante degradación del imperio de la ley, las normas y los valores morales. Hace casi 11 años, he venido denunciando lo que todos hemos observado desde los albores de la década de los noventa del siglo pasado: un deterioro progresivo de los valores humanos fundamentales, que deben inspirar el desempeño de una colectividad decente, con deriva hacia sus contrarios, es decir, transitando por el camino de un aumento de los antivalores. Pero, ¿es esta penosa situación privativa de nuestro país? No, en modo alguno. Y para muestra, cito una reflexión válida para estos tiempos: “Se ha creado un clima de desconfianza, recelo y competencia a degüello. Y en él, las semillas del espíritu colectivo y la ayuda mutua se asfixian, se marchitan y decaen” (Sygmunt Bauman). Lo anterior nos indica que, en todas las latitudes, hay personas muy preocupadas por el déficit que acusa la democracia actual como sistema político y el peligro que se cierne sobre ella, amenazando con hacer colapsar el sistema de partidos que la sostiene. Y más aún, que muchos pensadores se están ocupando del tema, al tiempo de hacer propuestas alternativas que propicien un debilitamiento de lo que a la filósofa política estadounidense Nancy Fraser, se le ha ocurrido identificar con el oxímoron “neoliberalismo progresista”, y por qué no, del naciente “populismo reaccionario”. Uno y otro constituyen un retroceso para que las comunidades rescaten esa armonía de propósitos nobles, que dan sentido a la democracia constitucional. En nuestro país, ese déficit de democracia nos sorprende cuando para nosotros apenas si constituye un ensayo, hasta la fecha frecuentemente interferido por la ineptitud de muchos que, por no encontrar otros espacios dónde ir a parasitar, se cobijan en la política y el Estado; y, hasta terminan siendo apreciados por los tontos útiles no solo como “avezados políticos”, sino también como nobles seres humanos y filántropos, cuando realmente son promotores del sistema político de la mendicidad, que provee el dinero de la receta, la urna para el fallecido y la ambulancia para trasladar a los pobres, cuando su salud se agrava. En la posmodernidad de figuras prefabricadas, algunos políticos y periodistas ecuatorianos, piensan que en el mundo solo brillan dos colores que se odian, invaden y destruyen. Ambos colores, turbios y mezclados ignoran lo que dijo en 1918, el célebre humanista y Premio Nobel de Literatura, Rabindranath Tagore, padre del nacionalismo en la India, aunque la frase suene un poco pesimista, señalaba: "...La historia ha llegado a un punto en el que el hombre moral, el hombre íntegro, está cediendo cada vez más espacio, casi sin saberlo (…) al hombre comercial, el hombre limitado a un solo fin. Este proceso, asistido por las maravillas del avance científico, está alcanzando proporciones gigantescas, con un poder inmenso lo que causa el desequilibrio moral del hombre y oscurece su costado más humano..." (Nacionalismo, 1917). Si bien la filosofía y la literatura han cambiado a la gente en su forma de pensar, es cierto que una especie de esclavitud se cierne sobre el hombre que ha desechado las asignaturas humanísticas de la gran mayoría de las carreras universitarias. Las profesiones de humanidades modernas carecen de ingresos mercuriales. Asignaturas como el derecho, religión, geografía, ciencias naturales, historia, filosofía, arte, dramaturgia y música, desde perspectivas históricas, parecen resistirse ante el poder de las autoridades académicas de hoy, empeñadas en dar a conocer el disparate de vivir con un calcetín agujereado dentro del cerebro. Nuestro reto es educar para mejorar el sentido selectivo de nuestra representación, que ese intento de hacernos ver el mundo a través de una sola perspectiva, es el responsable de ignorar que muchas democracias carecen de riqueza intelectual. Esto permite que un ser humano se sienta inferior ante sus pares, resignados a una vida irreflexiva. Toda democracia de ciudadanos carentes de empatía, engendrará de forma inevitable más formas de estigmatización y marginalidad, lo que agrandará sus problemas sociales, en vez de resolverlos. En otro de sus célebres ensayos, el escritor de origen hindú, aseguró que “al hacer uso de las posesiones materiales, el hombre debe tener cuidado de protegerse ante la tiranía de ellas. Si su debilidad lo empequeñece hasta poder ajustarse al tamaño de su disfraz exterior, entonces comienza un proceso de suicidio gradual por encogimiento”. Vivimos una crisis de proporciones gigantescas, a nivel mundial. Esto no es una nota de propaganda electoral, ni una alusión en busca de simpatías o intereses. Si no hay humanismo, no hay ni habrá democracia. La idea de que la educación siga influyendo de manera negativa en que el desarrollo económico, se traduzca en una mejor calidad de vida, es dislocada y con falta del más mínimo indicio de ética, en quienes la promueven. Debo afirmar que en mi propia experiencia, tuve maestros que no trataron de lavarme el cerebro con ideas absurdas, más bien, me enseñaron que el mundo no es solo un manantial de apariencias, sino un conglomerado de seres pensantes, que debemos rescatar. Hoy, se insiste en este plan educativo pernicioso para la democracia, porque no existen suficientes argumentos de que las humanidades constituyen los cimientos de una auténtica ciudadanía universal. Y los países que continúen descuidándolas, corren un inevitable peligro. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®