Por José Antonio Medina Ibáñez
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27 de abril de 2025
Marbella. — A lo largo de las últimas dos décadas, el electorado marbellí ha sido testigo de transformaciones profundas en su panorama político. Desde el dominio absoluto del extinto GIL hasta la consolidación del Partido Popular, pasando por el auge y la caída de formaciones de izquierda, las urnas han narrado una historia de cambios, fidelidades y nuevas apuestas ideológicas. Con todo, uno de los pocos partidos que pueden presumir de un arranque tan abrumador fue el Grupo Independiente Liberal (GIL), que entre 1991 y 2003 nunca cosechó menos de 21.000 votos, pero su legado fue tan intenso como efímero. A partir de 2007, simplemente desapareció del tablero político. Se evaporó sin dejar herederos directos, marcando uno de los declives más abruptos de la política local. La Izquierda formada por Izquierda Unida (IU) y Podemos, representa otro caso emblemático de retroceso. IU con una presencia notable en 2007 y 2011, superando los 3.000 votos, conoció un declive constante hasta llegar a 0 votos en 2023. La aparición de Podemos, con una fugaz incursión en 2015 como Costa del Sol Sí Puede (CSSP), también se esfumó tras un solo ciclo, dejando al original en 2023 con 1.250 votos. Son ejemplos que evidencian una crisis de liderazgo y cohesión dentro del espectro progresista en su momento. En 2023, un nuevo actor etiquetado como Izquierdas (Con Andalucía Unida; Podemos; Izquierda Unida; Más País; Verdes - Equo e Iniciativas del Pueblo), intentó recuperar espacio logrando 1.579 votos, un número que, aunque modesto, sugirió un intento de reunificación o reinvención tras años de dispersión. Mientras estos partidos se fragmentaban o desaparecían, el Partido Popular (PP) fue cultivando una base electoral sólida. De 5.230 votos en 1999 a un pico histórico de 24.160 en 2007, y con cifras estables por encima de los 19.000 votos en las tres últimas elecciones; se ha convertido en el referente indiscutible del centro-derecha local. Sin embargo, junto al PSOE, ambos han vivido altibajos en las últimas décadas, y sus trayectorias de votos revelan cómo se ha transformado la relación entre ciudadanía y partidos. Para el Partido Popular, las subidas en votos han estado ligadas a momentos de aparente solidez institucional, pero cuando los ha perdido como en 2015 (19.405) y en 2019 (19.080), no sucedió porque su electorado cambiara de ideología, más bien por la aparición de nuevas siglas a su derecha o por desencanto con sus liderazgos. Una disgregación estratégica, de unos votantes que no abandonaron sus convicciones sino su fidelidad. Sin embargo el crecimiento de VOX no ha mermado significativamente su hegemonía: en 2023 el PP fue el partido más votado con 19.646 votos, 7,000 votos más que su competidor inmediato, el PSOE que recogió 12.473. El ascenso de VOX ha sido meteórico: de 1.568 votos en 2019 a 4.050 en 2023, lo que pudiera interpretarse como que una parte del electorado conservador busca un discurso más duro. En el caso del Partido Socialista, la relación emocional, cimentada en el voto de la esperanza y el proyecto, se ha transformado en su mayor fuerza política pero muy vinculada al contexto político general, como el auge de nuevas izquierdas y, un mayor desgaste del PP, más que a una fidelidad férrea. Su electorado es más volátil: si no se siente representado, se abstiene o mira a otros partidos progresistas. En cambio, cuando sube, lo hace por la vía de la emoción: logra reactivar votos dormidos más que conquistar al votante del otro lado. El PSOE, se ha conformado como la segunda fuerza en la ciudad, manteniendo una presencia robusta pero en W, pasando de 8.519 votos en 1999 a un pico de 15.963 en 2007 y bajar en 2023 a 12.473, una cifra respetable, pero insuficiente para disputar la hegemonía conservadora, quedando atrapado entre una derecha movilizada y una izquierda fragmentada. Si hubiera hoy elecciones Solo, y si consideramos los datos presentados hasta el momento (2023): PP 19.646 votos; PSOE 12.473 votos; OSP 4.631 votos; VOX 4.050 votos; Izquierdas 1.579 votos, el ganador proyectado sería el Partido Popular sin necesidad de una coalición opositora capaz de disputarle el liderazgo. Sin embargo la estabilidad electoral ganada en medio de una intensa fermentación ideológica, la fragmentación de la izquierda y el auge de la extrema derecha, no parecen ser suficientes para dar por definitivo este resultado. Un fenómeno paralelo amenaza con redibujar los cimientos políticos del municipio: la abstención y la participación. En 2023, por primera vez en 24 años, más de la mitad de los ciudadanos no votó, un 48%, un dato que, más que una cifra técnica, advirtió de una desafección lenta pero constante en el voto, traduciéndose en que desde 1999 la participación electoral cayó casi 12 puntos: En 1999, el 60% del censo acudió a votar y, en 2023 lo hizo el 52%, mientras que la abstención pasó (en el mismo período) del 39,92% al 48%. Esta tendencia bien puede haber respondido a una suma de desilusiones, promesas no cumplidas o, a la fragmentación de partidos que, provocando confusión y saturación política pudieron minar la voluntad del votante medio, que lejos de ver la existencia de más opciones lo que percibió fue más dispersión y menos confianza. El caso es que, muchos ciudadanos parecen no reconocerse en ninguna de las actuales ofertas porque se sienten excluidos del club exclusivo de la política, de algo a lo que no pertenecen. En este escenario una hegemonía del PP podría estar desmovilizando tanto a votantes de izquierda (que sienten que no pueden ganar) como a simpatizantes de la derecha que, confiados en la victoria, no ven la urgencia por votar. De continuar este escenario, y salvo la aparición de un/a líder carismático/a, otro escándalo político o, una crisis local, el escenario de la desafección no tiene razones para cambiar su tendencia en caer por debajo del 52%; incluso, algunos conocedores apuestan por el 45 y 48%; si continúa la curva descendente, la abstención podría superar el 50%. Si esa fuera la realidad prevista estaríamos delante de un voto de resignación especialmente entre los bloques estables (PP, PSOE), aunque sin descartar el posible rebote populista o antisistema si consideramos a la abstención como una desafección total. El PP local, como partido de gobierno, debería valorar la posibilidad de que en un escenario longevo y desacreditado, la abstención active una ola regeneradora produciendo nuevos liderazgos, conectando con el votante desencantado que anteponga, para ganar unas elecciones, la resistencia, la organización y la capacidad de proyectos, en otras palabras, no se trataría de quién gobierna, sino de quién me representa mejor.