Dicen que se va la pandemia sanitaria, pero, en realidad, no se va. De la pandemia sanitaria cada vez se habla menos porque el tema se hace cansino, tedioso y optamos por desconectar mientras el goteo de fallecidos no cesa, 455 esta semana.
Y hete aquí que, coleando por tiempo indefinido la pandemia sanitaria, nos encontramos de lleno ante otra pandemia, esta belicista.
Barrunto que la guerra que se libra en Ucrania puede resultar en pandémica, es decir en guerra universal y puede pasar lo mismo, que nos acostumbremos a las imágenes de destrucción mientras el goteo de muertos ajenos continua sin que se nos ondule ni un pelo la “permanén”.
Sólo desde un cómodo despacho de los dirigentes más poderosos del mundo, y de las empresas que más se lucran con las guerras, puede no percibirse cuánto puede dañar la prolongación de esta guerra sobre todo a los más desfavorecidos como siempre.
Los muertos serán ajenos pero los daños colaterales de esta guerra en forma de pobreza creciente y de amenazas a la democracia sí que los vamos a sentir en nuestras propias carnes; de hecho, la pobreza en si misma ya es una guerra encubierta.
Acaba de hacerse público un informe sobre la situación alimentaria en los hogares españoles impulsado por la Universidad de Barcelona que se ha presentado este martes en Madrid. Según este estudio casi 7 millones de personas sufren de escasez y pobreza alimentaria en nuestro país.
Sólo la alimentación es causa en España de más de 90.000 muertes al año. Estos datos recogen la situación generada por la pandemia sanitaria y sus secuelas, pero no recoge el empobrecimiento generado a raíz de la guerra de Ucrania y lo que lleva consigo de encarecimiento de la energía que nada más empezar ya ha establecido por decreto que somos un 10% más pobres, que no otra cosa quiere decir el IPC del país.
Esto como dato estadístico que, como sabemos, es falso. Ya saben aquello de que si yo me como un plátano y usted se come 0 plátanos las estadísticas confirmarán que los dos nos hemos comido medio plátano.
Y al tiempo que crece la pobreza como consecuencia de la guerra y como consecuencia de la pandemia y como consecuencia de la anterior crisis y como consecuencia de haber nacido ya pobres pues crece el malestar y la sensación de que es el “porco governo” el responsable de todo.
Y la gente (no toda la gente, claro, pero sí un creciente número) se refugia en la radicalidad y el exabrupto, se desentiende de análisis y de principios y abraza eslóganes y conjuros simplistas alejados de la sensatez y acercándose peligrosamente al abismo de la sinrazón como solución para sus males.
Me decía un vecino del pueblo este pasado fin de semana de penitencia que él no había conocido otra cosa en su vida que las crisis, que toda su vida había sido un superviviente y que no confiaba en nadie ni en nada. Así se fabrica un peligroso marginal.
Nos asomamos a la ventana electoral de Francia este próximo domingo y es como para contener la respiración y suspirar el “virgencita, virgencita”. Perdidas las referencias ideológicas imprescindibles que nos ayudan a saber elegir, olvidados de la funesta manía de pensar que es aburrida, imbuidos de una amnesia que nos hace perder la memoria de lo que un día fuimos, abandonados a la suerte del mercado del gas y del petróleo, luchando por sobrevivir cada mañana todo se juega a la baza de un conteo aritmético sobrecogedor.
Y al igual que pasa con las defensas del organismo que, cuando están bajas, los virus entran en nuestro organismo “como pedro por su casa”, con los virus ideológicos pasa lo mismo.
Algunos, demasiados ya, han sido contagiados aquí y en París por cuatro virus peligrosos : el virus que ve en un inmigrante una persona maleducada que amenaza con quitarnos el trabajo; el virus del feminismo que amenaza con quitarnos de un plumazo el poder a los hombres; el virus del “socialismo free” (marca Ayuso) que considera que la libertad es tomarse unas cañas con colegas ; y cuarto, el virus del populismo que nos enfunda en una bandera y lo justifica todo, incluso espiar en nombre del Estado a 60 políticos catalanes por ser independentistas.
Si alguien se contagia de esos virus, sepa que no hay vacuna posible y tendrá que asumir que forma parte de un movimiento ideológico reaccionario incompatible con la democracia.
Y los no contagiados deberemos saber asimismo que no hay cordón sanitario que valga y que pedirles por favor que no sean ultras no va a resultar eficaz. Ni siquiera serán eficaces las políticas sociales.
Lo único eficaz será la ideología, la pedagogía y la educación como herramientas de reconversión.
¡Que Dios reparta suerte, que la vamos a necesitar!
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