Terminado ese día 2 de junio en el que se llevó a cabo la elección para renovar autoridades y representantes populares, hemos perdido la cuenta de las veces que hemos votado con este mismo propósito, elegir a quienes dirigirán los destinos de México; no resultó difícil a la ciudadanía deducir desde un principio que, como siempre todo estaba, “fríamente calculado” y, millones de mexicanos nos congratulamos por la elección para la presidencia en la persona de la Doctora, Claudia Sheinbaum.
Prosigue a la declaratoria del triunfo de la elegida por parte del Instituto Nacional Electoral (INE), con más de 36 millones de votos a su favor; prosiguen las tan consabidas “impugnaciones”, entre partidos y candidatos que, a la vista de todos hicieron trampa, para no perder los privilegios por años disfrutados; prosigue el beneplácito demostrado por quien ungiera a la candidata, hoy presidenta electa, con un beso y abrazo, un levantamiento de manos y un paseo por el Palacio Nacional.
Y, de manera imperiosa y como obligación ineludible, prosigue hablar con la verdad y decir que, ante toda esta parafernalia electoral, permanece incólume nuestra solidaridad con quienes han padecido la enorme tragedia de perder a un ser querido, sea por asesinato, o desaparición.
Pareciera ocioso dar cifras de todos estos sangrientos hechos, pero no es así para miles de familiares en las que sus vidas se rompieron ante la pérdida o asesinato de un familiar, un amigo un conocido y saberse expuesto a ese mismo destino por exigir justicia a las autoridades, responsables de la seguridad de los mexicanos.
Sexenio tras sexenio las cifras no disminuyen, aumentan y no podemos circunscribirnos a decir: “en este sexenio fueron mas los asesinatos, las masacres, los desaparecidos, los niños sometidos por pederastas a la prostitución, mujeres violadas y asesinadas, luchas entre cárteles de la droga que por disputarse “la plaza”, se descuartizan y se arrojan en las calles, en basureros, en puertas de palacios municipales y siguen envenenando a nuestros jóvenes.
Nadie escapa, entre las víctimas figuran hombre, mujeres, niños, jóvenes, sacerdotes, jueces, policías, periodistas, candidatos, agricultores, comerciantes, madres buscadoras de sus hijos desaparecidos, estudiantes; los hallazgos de fosas clandestinas con cuerpos deshechos de años atrás…todo en la impunidad, en la indiferencia de las autoridades, de guardia nacional, de ejército nacional de gobernadores, de senadores y diputados, de presidentes en turno, con todo y su armamentismo presumido en desfiles, nadie detiene la violencia, las masacres, los cárteles delincuenciales.
Los ciudadanos quieren acercarse a la nueva Presidenta, abrazarla, besarla, retratarse con ella, tocarla; las entrevistas de periodistas proliferan, preguntan interesados: ¿vivirá en Palacios Nacional?; ¿cómo encuentra la economía?; ¿ira a comer con el Presidente Andrés Manuel López Obrador?; ¿qué comieron? ¿seguirá la 4ta. Transformación?
El 1º de octubre la Banda presidencial penderá del pecho de la Dra. Sheinbaum; nuevamente habremos de festejar tal triunfo, pero hay tres cosas que los mexicanos no debemos de olvidar, la buena: iniciaremos un nuevo sexenio; la mala: no se acaba la violencia; la fea: sigue la misma impunidad.
Bienvenida Presidenta a un México, bañado en sangre.
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