Por Fabrizio Reyes De Luca
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28 de enero de 2025
Vivimos en una sociedad en la que el lenguaje está tomando un fuerte componente de agresividad. Con mucha frecuencia, los insultos y los ataques entre las personas y los grupos políticos, provocan profundas heridas en la convivencia social. La teoría indica que cuando enfocamos nuestra mente en algo, y a esto le agregamos el sentimiento y la emoción para expresarlo, estamos exteriorizando y materializando un poder que afectará positivamente nuestro entorno. Las palabras son capaces de crear y sanar pero también destruir. Los seres humanos que practican el bien, tienen la habilidad de ayudar a sus amigos y ser solidarios con ellos. No temen mostrarse vulnerables, porque creen en su singularidad y están orgullosos de ser los que son. No dicen todo lo que saben, aprecian a los demás por lo que hacen; no son avaros ni envidiosos, actúan con serenidad y altivez; no hacen chismes de los comentarios que escuchan, saben callar y no se meten en lo ajeno. Aman y protegen a sus familias. En la prosperidad no se envanecen, y la desgracia no los doblega, porque confían en sus talentos, cualquiera sea su ideología o la creencia religiosa que tengan. Si cada uno de nosotros estuviésemos conscientes de que la energía liberada en cada palabra, afecta no solo a quien se la dirigimos sino también a nosotros mismos y al mundo que nos rodea, empezaríamos a cuidar más lo que expresamos a los demás. El lenguaje decadente está siendo utilizado cotidianamente entre nosotros. Este lenguaje suele expresarse en tres vertientes muy peligrosas para la paz social. La primera es la violencia verbal. Por la cual en el hablar, manifestamos la ira que habita en nuestro interior. Cuando esto ocurre, de nuestra boca salen palabras hirientes que humillan, injurian y desprecian a las personas. Cabe preguntarnos: ¿Por qué está tan extendido este lenguaje lleno de insultos? Generalmente, este comportamiento tiene su origen en el rechazo, la venganza, la antipatía, la envidia o también puede derivar de la inconsciencia. La maledicencia es otro rasgo negativo del lenguaje de mal gusto que usamos para referirnos a los demás. Muchas de nuestras conversaciones están cargadas de palabras que reparten condenas, siembran desconfianza, irrespeto y multiplican las sospechas. Son palabras que nacen de nuestra mediocridad y que no alientan ni construyen la armonía, sino por el contrario, crean ambientes muy negativos. Y una tercera vertiente de nuestras manifestaciones del lenguaje decadente, es la vulgaridad. ¡Cuántas expresiones groseras proferimos y escuchamos en cualquier ambiente! Desgraciadamente, no está de moda el lenguaje amable y de palabras educadas, parece que más impacta la chabacanería. Este fenómeno de convertir el lenguaje en un arma destructora, puede producirse en la familia o con los amigos, en los medios de comunicación, en la política, en las reuniones sociales, en las escuelas y colegios, en el deporte y hasta en el ambiente laboral. Ante esto, es necesario el "desarme de la palabra". Las armas no son solo los revólveres, los cuchillos o las bombas. Hay muchas formas de agredir, y una de ellas es con la palabra. Este tipo de desarme, es necesario que lo practiquemos todos. Este desarme ha de producirse rompiendo el individualismo y el desmesurado afán en la búsqueda de la eficacia y del éxito que arropan a nuestra sociedad. El desarme de la palabra se concreta, cuando cultivamos en nosotros la paciencia, el respeto, la discreción, la prudencia, la honradez y el sentido del deber. Ernesto Sábato, sostuvo: "Dentro de la bondad se esconden todas las formas de la sabiduría. Podemos afirmar sin ambages, que un Estado suele ser mejor gobernado por una persona buena, que simplemente por buenas leyes". El maestro Confucio, predicaba: "La bondad es el clima donde se desenvuelven todos los derechos humanos. Es cierto que no todas las personas pueden ser muy inteligentes, grandes e importantes pero todas pueden ser buenas". Para ser consecuentes, procuremos ser pacientes y humildes; hagamos algo por el bienestar de nuestros congéneres, concedamos la razón cuando la tienen; debemos reconocer nuestros errores y limitaciones; no nos creamos sabios ni poderosos; no humillemos ni acusemos a otros, por nuestros errores. No subestimemos ni censuremos la moral ajena. No nos conformemos con alabar y ponderar a las personas buenas, resulta mejor imitarlas y tratar de ser como ellas. La mejor manera de enfrentar al mal, consiste en practicar el bien. Procuremos no vencer la malicia con más maldad o con propósitos de venganza, sino con acciones bondadosas. El bien y la bondad, nos permiten superar las contrariedades de la vida y convertirlas en parabienes. Donde se encuentra una buena persona, nace y florece la esperanza, madura la empatía hacia los demás y se enciende la lámpara de la fraternidad. En consecuencia, hagamos del lenguaje un gran vehículo de comprensión, de comunicación, de cordialidad y, fundamentalmente de paz social. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®