Me contaba un amigo que, según su experiencia, decir una mentira es difícil, cuando lo ha tenido que hacer, la ha preparado y, ensayado delante del espejo, luego se la ha contado a un tercero y, por último, siempre le han recomendado otras mejores y, todo, para decírsela a un vecino, o a un pesado que insiste en ir a cablearle unas cuantas cervecitas con cacahuetes y tortilla española en su casa. Tiene sentido.
Supongo que lo de Núñez Feijóo en el cara a cara debió haber sido un pelín más complicado, especialmente cuando aseguró que Abascal había firmado un Pacto de Estado contra la violencia de Género.
A cualquier inexperto se le hubieran quedado los ojos como a los de un pollo camino al matadero, pero el candidato ni se movió, miró de frente al presidente y, vamos a por la próxima.
Si le hubiesen aconsejado decir que a Gerard Piqué le acababan de dar el balón de oro la semana pasada por haber dejado el fútbol, ni hubiera pestañeado. Todo por patriotismo y por el sacrificio que viene haciendo durante la campaña.
No obstante, con lo mala que es una mentira, su gravedad no solo está en ella, sino en cómo decirla, en su fondo, es decir, en la intención; en el cómo controlar los gestos de la cara frente al destinatario, en el exquisito disimulo y, en lo que pueda venir después de haberla tapiado.
La mentira es un rito y un camino que siempre sabe a dónde va, muchos coinciden en que la gente vio a Feijóo como ganador del cara a cara; restando importancia a estos pequeños detalles que doy, sálvese quien pueda, pero que no me vengan con el que Feijóo ha encontrado la fórmula para terminar, en 24 horas, como Trump, con los filoetarras.
Otra perla que dejó el gallego fue que el PP siempre ha apoyado la revalorización de las pensiones
de acuerdo con el IPC y, ello que hace un par de días Rajoy las subía al 0.25%. ¡Joder!,
hay que tener cuajo y oficio. ¡Viva Feijóo!
Una pullita más del genio de la lancha fue la rotundidad que utilizó cuando valoró su gestión económica en Galicia como brillante, desinteresándose por la opinión de sus colegas: “Soy el presidente de una comunidad autónoma que menos ha incrementado la deuda de toda España”.
Uy, ay, hum.
Cuando Feijóo llegó a la Xunta (2009), según Datosmacro, la deuda pública (2008) en Galicia era de 3.954 millones de euros, una cifra que suponía que la deuda en 2009 alcanzó el 6,8% del PIB de Galicia. A partir de 2009 creció hasta 2022, llegando a 11.977M€, lo que supuso una duda del 17,70%.
Solo, para no quedarnos con cara de omóplato, en el país Vasco en el mismo año era del 14,10%; en la Rioja del 17%; en Navarra del 13,50%; en Canarias del 14,90% y, en Asturias del 15.90%. O acababa de cobrar sus gastos de representación o, es un dechado en el arte cinético.
Por cierto, la estampación de su firma, que seguro se parece a la mía, por lo cortita, para que gobernara el que más votos saque, pues, se saltó, con todo el morro, la Constitución, que establece que España tiene un sistema parlamentario, que garantiza que todos los votantes puedan ser representados por los partidos presentes en las Cortes Generales. Aquí lo que importa es que yo gobierne.
Por cierto, este desagradecido sistema español fue el que ayudó, en 2019, a Ayuso para que gobernara en Madrid habiendo perdido con el PSOE; a Juanma Moreno en su primera legislatura después de perder contra Susana Díaz y, a Martínez Almeida, también Madrid, cuando perdió en 2019 frente a Manuela Carmena. Que feo esto.
Para colmo, al de la lancha le acaban de pillar en otro intento de bulo, ahora metiéndole el diablo en el cuerpo a los carteros, diciéndoles que tengan cuidado con sus jefes y, que entreguen todos los votos por correo, es más, les dijo que, si trabajaban horas extras y él es elegido presidente, se las pagará. !Bien!, pero y, ¿si no sale presidente? AHHH.
Que hemos pillado al pillín, desprestigiando a las instituciones. Tranquilo, no pasa nada, estaba previsto.
En todo caso, aunque dijo haber trabajado los mejores años de su vida con los carteros, uyyuyuuy,
se le olvidó que las horas extras del sector están comprometidas en los presupuestos.
No fue otra mentirijilla, tal vez fue un lapsus, que trabajó en el departamento de recomendaciones y privilegios o, que nunca se dio una vueltecita por el de presupuestos.
En una época donde la mentira se ha depreciado, y las instituciones están en crisis, una raya más para un leopardo, no lo convierte en bengala, pero le hace sentirse fuerte, como si viviera en Nogrod donde nunca nadie ha podido ver a sus enanos fabricando dardos envenenados para exportar, primero, a Estados Unidos y, después a Europa.