Por Fabrizio Reyes De Luca
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20 de abril de 2025
Estamos inundados de noticias e imágenes aterradoras que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos en nuestro interior un enorme decaimiento al no poder intervenir. Quizás tengamos que fortalecer el corazón, entendernos entre nosotros, para superar la indiferencia y nuestras pretensiones mundanas dominantes, que lo único que hacen es encerrarnos en nuestro entorno, con espíritu egoísta y soplo impasible, llevándonos a un horror inimaginable. Sin duda, la falta de actuación colectiva, nos recuerda que ninguna sociedad es inmune al odio, lo que requiere de todos nosotros un compromiso que frene esta situación desconcertante, que aviva la división continuamente, en lugar de forjar una sensibilidad social y transmitir calor de hogar. Bajo esta situación tenebrosa que sufrimos, todo se desvanece, hasta la misma esperanza existencial. Hoy más que nunca, urge actuar, al menos para cultivar la relación y la corporación social, con el vocablo sensato de un hacer y de un obrar solidario, volcado en entenderse y atenderse mutuamente, previniendo las continuas violaciones de los derechos humanos, exigiendo responsabilidades a los que las incumplen. Seamos justos y claros, para empezar, debe garantizarse el acceso humanitario sin trabas, máxime cuando falla lo esencial, los alimentos y hasta la cobertura sanitaria universal, que se ha estancado en todas las regiones del mundo, mientras crece el ciclo de las desigualdades en materia de salud y educación pública, así como la vorágine de tristeza y soledad que embarga las almas de los más vulnerables. Utilicemos todos los medios diplomáticos, para lograr un alto el fuego y una concordia verdadera. En todo caso, resulta preocupante el cambio de prioridades; y así, en lugar de utilizar los fondos para hacer frente a los urgentes desafíos mundiales como la pobreza y el hambre, se están redirigiendo cada vez más recursos hacia la compra de armamentos y al cierre de fronteras. Sea como fuere, nos hemos globalizado y no podemos permitir que las generaciones actuales y las nuevas pierdan la memoria de lo ocurrido con las hostilidades, retentiva que ha de ser garantía y estímulo para construir un porvenir más armónico y fraterno. Por desgracia, a poco que nos adentramos en los desgarradores testimonios de supervivencia actuales, nos daremos cuenta que el recorrido hacia la reconciliación y la justicia está distante; al mismo tiempo, que las tecnologías digitales están siendo utilizadas como armas para enardecer el rencor, avivar la fragmentación y difundir patrañas. En este sentido, recientemente el secretario general de la ONU, llamaba a la comunidad internacional, a trabajar para frenar esta marea de enemistades, antes de que el descontento mute en un sinfín de brutalidades. Promover y apoyar iniciativas de diálogo, trabajando de forma conjunta y de manera creativa, redescubriéndonos unos a otros de manera cooperante, será un modo sabio de recuperar otro soplo más benigno y menos cruel. El discernimiento nos debe llevar a diferenciar al que se regocija en una posición, y al que deposita su bienestar en el principio de la honestidad, para no sucumbir en las aguas negras de las conquistas deshonrosas. Esta virtud nos hace madurar las decisiones asumiendo la independencia de criterio, para no negociar los principios subordinados al rol de los oportunistas, serviles, aduladores, mercaderes de la opinión pública y recaderos a sueldo. La verdadera independencia de criterio nos hace libres de la arrogancia, diferenciando y corrigiendo nuestras ideas; por el contrario, el inepto es obstinado identificando las cosas, pero no su propia ignorancia. Debemos, pues, independizarnos de los simuladores de saco y corbata, creando una frontera de la que no se escapen ciertos individuos que pululan en el ambiente político y social. El bien es la carrera que Dios le ha trazado al hombre y la felicidad es la meta; la libertad de expresión no puede ser coartada, privando la independencia de criterios. Es necesario, por consiguiente, renacer para ponerse de nuevo en el camino correcto, distanciándonos de las diatribas personales y de las vanidades. Indudablemente, la senda es cuesta arriba, más mística que mundana, lo que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración, si en verdad queremos extirpar la inequidad y la injusticia. Este tiempo meditativo por el que ahora transitamos, debe movernos a interrogarnos para buscar, y no evitar, a quien es un desfavorecido del sistema; para llamar, y no ignorar, a quién desea ser oído y recibir unas sinceras palabras de aliento; para acoger, y no abandonar, a quien sufre el aislamiento y el suplicio. Al fin y al cabo, no hay mayor recogimiento que acoger los corazones heridos, de latidos despreciados, actuando de modo que nadie se quede atrás. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®