Ante la degradación progresiva del debate público en nuestro país y en nuestro tiempo, acelerada por efecto de una perversa desinformación que responde no a circunstancias explicables sino a un fenómeno fabricado, construido y publicitado a base de falsedades y maledicencias, y que es una mezcla letal para las democracias, bien vale dedicar unas palabras en este picotazo de hoy.
Es esta desinformación trufada de populismo una peste del siglo XXI que amenaza al mundo occidental, y ha infectado también a España.
Las mentiras descaradas en el discurso político no tienen ningún reproche social; el insulto es moneda corriente; las injurias son pura grosería y vulgaridad despreciables, incluso en sede parlamentaria con Madrid como territorio de avanzadilla, pero sin descartar la contaminación inminente a los demás.
Y, aunque desde el periodismo veraz que aún queda, y desde el mundo de la cultura, hace tiempo que se viene dando la voz de alarma sobre los efectos envilecedores y perversos de la desinformación, lo hacen siempre por detrás y a remolque de las grandes plataformas como las empresas tecnológicas y los recursos de la industria de la desinformación, que han adquirido ya una envergadura imponente al servicio de quien las paga, sus amos.
Pero, cuidado, no es sólo cuestión de tecnología. Es la sociedad misma la que ha cambiado y también sus valores, contagiada por esta peste que afecta a adolescentes y adultos, acosa y violenta a las mujeres, abandona y humilla a los más vulnerables y lo pervierte todo.
Como consecuencia de ello, aumentan los comportamientos antisociales, comportamientos racistas, y emergen las manadas de diversas edades y territorios.
La peste está aquí. Ya ha llegado. Tenemos el resultado indeseado de este desarme ético que se evidencia por parte de las sociedades democráticas ante los cambios vertiginosos del mundo digital.
Le llamamos “trumpismo” en la política y tenemos múltiples ejemplos, incluida la propia sociedad norteamericana que corre el riesgo de repetir el esperpento.
Sí, estamos locos. Es a nuestra salud mental a la que ataca directamente esta peste del siglo XXI, la desinformación que viene preñada de maledicencias y violencias.
“La mentira os hará libres”, ironizó Fernando Vallespín en un libro de mirada temprana para referirse a una forma de hacer política sin el menor respeto a la verdad. Son tantos y tan sofisticados los mecanismos para hacer una mentira creíble que lo de menos es su verosimilitud.
Es evidente que, con la radicalización política propia de los nuevos tiempos y una dialéctica grosera y violenta entre quienes nos representan, los valores democráticos que en España costaron sangre pueden verse seriamente devaluados.
Aún así, sigue habiendo una mayoría, escasilla, que quiere defender el respeto mutuo en las relaciones entre diferentes; valores imprescindibles que preceden al acuerdo como base de toda convivencia.
Dice el psiquiatra Enrique Rojas que para ser feliz hay que tener buena salud y mala memoria.
Y aunque la frasecita bien merece otro picotazo soy de la generación que escuchó decir que bajo los adoquines estaba la playa y que hay que soñar con la utopía para ser realista.
Seamos , pues , realistas. Pidamos lo imposible.
Por ahora. Buenas tardes
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