Los domingueros siempre nos despertamos temprano los domingos, yo abro los ojos a las 8:00 de la mañana, pero me levanto a las 9:00. Ya, el sábado, he preparado mi polo rosado pálido Fred Perry, mis mocasines Callaghan de ante rojo, mi pantalón Dustin azul intenso y, en el cajón de mi mesita de noche, están mi correa Polo Club roja y azul y, los Pinkies invisibles.
En el baño me esperan la espuma de afeitar y la colonia para la piel Hermés, la maquinilla Acqua di Parma, mi albornoz Kenzo, las toallas Yves Delorme y, mi ducha a 37 grados centígrados. Pero sin engaños eh!, que no tengo dónde caerme muerto ni pedir prestado, lo cual me es indiferente, porque lo importante es mantener la estirpe.
Con toda esta higiene mental le voy dando tiempo al hambre para mi desayuno de dos huevos revueltos con trocitos de tomate y cebolla, mi zumo de naranja natural, un trozo de queso curado, pan tostado, dos lonchas de baicon y, un cortito de café. Es el inicio de mi rito consolidado, de lo contrario no sería un buen dominguero; me la trae al pairo lo que digan los anarquistas semanales.
Toda la ceremonia del baño, vestimenta y desayuno, suelo realizarla en un par de horas, a eso de las 11:00 estoy preparado para mi caminata de una hora por el paseo marítimo, voy despacio mirando al horizonte, sacrificando algunas gotas de sudor que seco discretamente con mi pañuelo Hugo de color blanco.
Los domingueros somos como una especie de misiva ambulante, siempre vamos con el espíritu de un chaval que ha cobrado por adelantado tres meses de beca.
Algunos domingos llevo una gorra americana, me gusta la de los Dolphins de Miami color naranja, otros, un sombrero panameño color madera pero, algunas veces no me entra por ponérmelos porque llevo la necesaria gomina como para lucir mi cabello negro rizado sin caramelizarlo para que la calva cardenalicia que tengo no resalte demasiado.
De regreso me voy al bar más cercano de mi casa a tomarme una caña de cerveza, busco el mejor momento para que el camarero y el dueño del local me saluden, aunque si no surge no guardo ningún rencor en mi contra, no siento impotencia por no poder lograrlo, prevalece el que los domingueros no se extingan, siempre pensamos en el futuro.
Estoy convencido de que soy genéticamente dominguero, mis abuelos paternos, Proto y Cándida, nacieron un domingo, mi padre Proto I y mi madre Petra, también, lo mismo que mis dos hermanos y yo. Además, nos educaron domingueros, recuerdo a mi padre salir a pasear los domingos con su perro afgano color crema por la aplaza de nuestro barrio, los kiosqueros de prensa y los vecinos de la zona los veían como si estuvieran asustados.
Mi padre me enseñó que el domingo es el mejor día de cada semana porque es el único que da fin a una y paso a otra, que el domingo es el día ideal para ir al cine a forrarte de palomitas de colores y Coca-Cola helada, aprendiendo a contener la tos bronquial que te da cuando se te atasca una conchita en la garganta o, se te sube el refresco por la nariz. Los domingueros somos muy respetuosos.
Sin embargo, para ser dominguero hay que tener determinación, ser capaz de sentirse rumbero incluso cuando cae un chaparrón y se te mojan hasta los tobillos, ser capaz de cortocircuitar las miradas y las conversaciones de los cotillas. Los domingueros jamás nos dejamos abatir un domingo.
Lamentablemente, los domingueros solemos ir con los bolsillos vacíos, bueno algunas veces llevamos algo de dinero como para un par de birras, pero nunca vamos de sablistas, sabemos que nuestro estilo es capaz de crear conversaciones filosóficas e incluso creaciones poéticas del más alto nivel. Nunca estamos huérfanos, somos profesionales.
Los domingueros reivindicamos nuestro lugar en la sociedad como especie en extinción capaz de encajar los reojos sobre nuestro estudiado glamour semanal.
Si no existiéramos los domingueros, con nuestros cánones estrictos, se acabarían los cotilleos en los bares y chiringuitos y, la gente solo hablaría de sus angustias y de sus complejos de superioridad. Por ello, y como sabemos que quedamos pocos, nos estamos organizando en una peña llamada los Weekends.