Buscar resultados para 'richard casanova' (6)
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La convocatoria a "elecciones" regionales y parlamentarias ha desatado una justificada controversia en torno a participar o abstenerse, la cual no puede abordarse a partir de consideraciones dogmáticas, es decir, una u otra pueden ser una opción válida dependiendo de las circunstancias, ninguna es buena o mala por sí misma. Ser participacionista o abstencionista, no es una condición congénita e irreversible. El principal argumento a favor de la participación lo aportan quienes dicen que el triunfo opositor en las elecciones del 28J –pese a las condiciones adversas - demostró que la fuerza de la unidad es capaz de vencer todos los obstáculos y por eso no debemos abandonar la ruta electoral -. En conclusión: la oposición ganaría otra vez por paliza. El argumento luce impecable a primera vista, pero al arribar a esa equivocada conclusión se obvia no solo la experiencia del 28J, sino algunas consideraciones determinantes. Por ejemplo, si la oposición quisiera lanzar a María Corina Machado o a Henrique Capriles - para nombrar solo dos de los líderes opositores -, no podría hacerlo porque están inhabitados. ¿Qué esa fue una limitación que logró superarse para las elecciones del 28J? Cierto, pero ahora al gobierno no le basta con las inhabilitaciones y ha impuesto como condición que los candidatos deben reconocer los resultados emitidos por el CNE que proclamó a Nicolás Maduro como presidente electo, algo que no han hecho ni siquiera cercanos aliados del gobierno como Brasil, Colombia y España, entre otros que han sumado su voz al concierto internacional que exige la presentación de las actas, auditorías confiables y cumplir todos los pasos que exige la legislación electoral venezolana para acreditar al ganador de los comicios. Para una amplia mayoría del país, y de la comunidad internacional, tal reconocimiento tal reconocimiento a Maduro -en la situación actual - es a su vez el desconocimiento de la voluntad del pueblo venezolano expresada aquél 28J en las urnas electorales y, eventualmente una amenaza a la soberanía nacional, considerando que - según la CRBV - ésta reside en el pueblo. Por supuesto, las "elecciones" convocadas son simplemente un trapo rojo para desviar la atención del foco principal del problema: preservar nuestra soberanía como pueblo y defender nuestra voluntad, en estricto apego a lo establecido en nuestra Carta Magna. En el supuesto negado de que pueda obviarse semejante escollo, recordemos entonces que los partidos políticos han sido judicializados, incluso a la oposición le han secuestrado recientemente la tarjeta de la MUD, que era la única que quedaba en el campo democrático. Así las cosas, si Primero Justicia quisiera lanzar – por ejemplo - a su presidente, María Beatriz Martínez o a Tomás Guanipa, uno de sus líderes fundamentales, no tendría tarjeta para postularlo. Si la oposición quisiera lanzar a Ramos Allup, a Pérez Vivas o a Andrés Velásquez, sucedería lo mismo. Incluso, si se quisiera lanzar a alguien de incuestionable prestigio como Ramón Guillermo Aveledo o como el Padre Ugalde - si su condición religiosa lo permitiera - no habría forma de hacerlo, salvo que le pidan la tarjeta a Bernabé Gutiérrez, a Antonio Ecarri o a cualquiera de los que gozan de la benevolencia de Miraflores y se han prestado para hacerles comparsa. ¡Y esa no existe! Más grave aún, si la oposición quisiera lanzar al Alcalde de Maracaibo Rafael Ramírez Colina, Enrique Márquez, Freddy Superlano, William Dávila, Rocío San Miguel o Biaggio Pilieri, tampoco podría hacerlo porque están tras las rejas, en una condición mucho más dolorosa que la enfrentada por los centenares de dirigentes que están en un exilio forzoso y que tampoco podrían ser candidatos. Obvio, es una vana ilusión pensar en seleccionar a candidatos realmente opositores y "escogerlos entre los más inteligentes, capaces y trabajadores", como algunos proponen. Eso no es posible, los candidatos serán única y exclusivamente los que el gobierno permita. A la verdadera oposición no le será admitida su postulación y ni siquiera tiene tarjeta para hacerlo. Entonces, más allá de los argumentos principistas y de las posibilidades de un fraude, la hipótesis de que la oposición puede ganar esas elecciones es falsa, por la sencilla razón de que no podrá participar. ¡Punto! No le busquemos 5 patas al gato. A pesar de lo antes expuesto, analicemos otros argumentos utilizados para justificar la participación en este evento. Para manipular la situación algunos han planteado un falso dilema: participamos o no hacemos nada. Al respecto, en su reciente artículo mi buen amigo - el economista José Guerra - ha hecho una valiosa distinción entre la abstención activa y pasiva. Nadie ha sugerido cruzarse de brazos como una opción. En esa misma línea, otros sugieren que las elecciones son una oportunidad para organizar y movilizar a la sociedad en defensa de sus aspiraciones democráticas. ¿Acaso es la única opción para lograr ese objetivo? En vez de embestir a ese trapo rojo y dilapidar esfuerzos y recursos en unas "elecciones" que no tienen por finalidad elegir, ni impulsar cambios ¿Por qué no destinamos la imbatible fuerza de la unidad para exigir salarios justos para los trabajadores? ¿Por qué no organizar y movilizar a la sociedad para exigir la liberación de los presos políticos? ¿Por qué no escuchar más bien el clamor de un país que exige servicios públicos eficientes y de calidad? ¿Por qué no colocar el tímpano en el corazón de un pueblo que sufre ingentes calamidades, en vez de escuchar la írrita convocatoria de un gobierno desesperado por "pasar la página"? Es claro que la disyuntiva no está entre votar y no hacer nada. Desafortunadamente ninguno de los que izan la bandera de la participación hoy, ha planteado organizar y movilizar al país -no para exigir respeto a los resultados del 28J, sería mucho pedir -, sino para promover un cambio del CNE que haga factible y creíble unas futuras elecciones. El actual organismo electoral no tiene autoridad moral para convocar, mucho menos conducir ningún proceso en Venezuela y si el gobierno quisiera rectificar su rumbo, un cambio en el CNE es lo menos que podría concertar con la verdadera oposición. No hay razón para creer que ahora si se cumplirán los extremos de la ley y con transparencia se anunciaran los resultados electorales. De hecho, una nueva condición para ser candidato es aceptar los resultados que se anuncien, sin verificación alguna. Otro estimado amigo sugiere que “hay que votar porque alimentar la división sería un grave error". Surge entonces la pregunta ¿Quién alimenta la división: los que proponen enfocarse en la defensa de la voluntad de los venezolanos expresada del 28J o quienes se animan a participar en una parodia electoral que pretende sepultarla? En esas elecciones participarán solo el PSUV y sus aliados: veremos a los mismos que no se inscribieron en las primarias, y que igual presentaron sus candidaturas para el 28J y las sostuvieron con el ánimo de dividir a las fuerzas del cambio. Por fortuna, ninguno de ellos superó el 1%, es decir son moral y estadísticamente despreciables. Así que su participación ahora en ese templete electoral no significa absolutamente nada para el país y carece de fuerza para dividir a la oposición, eso es solo un anhelo frustrado del gobierno. Tampoco la abstención puede verse como respuesta a la represión. Lamento que éste mismo amigo usara la popular frase "¿Quién dijo miedo?" para titular su artículo de opinión, sugiriendo que participar sería un acto de valentía, ergo serían cobardes quienes no asuman el "reto". Esto es una manipulación inaceptable que desconoce el inmenso coraje que ha demostrado el liderazgo democrático y el pueblo venezolano en los últimos tiempos. Mi respeto para ese país - que en medio de la adversidad - se mantiene en pie de lucha. Finalmente, para quienes pretenden arrogarse la representación del pueblo y en nombre de él, convocar a votar, les sugiero que esperen las encuestas, aunque podemos inferir que la inmensa mayoría de la población no está dispuesta a participar en una farsa electoral cuya finalidad es precisamente acallar la voz de las mayorías y dejar sin efecto los resultados del 28J. Es momento de definiciones, de reafirmar y ampliar la unidad, también es propicia la ocasión para desmarcarse de salidas fantasiosas e insistir en crear condiciones para promover una transición democrática. Nadie puede renunciar al diálogo y a la negociación: hasta en medio de las más cruentas guerras, es necesario abrir ventanas para alcanzar la paz. La acción política interna y la presión internacional deben enfocarse en propiciar espacios para restablecer la institucionalidad democrática y construir una salida pacífica a la crisis, la cual tiene una clara tendencia a agudizarse. En algunas esferas del poder saben que la situación es insostenible. Ojalá que el gobierno asuma que la idea de "normalizar" al país no es posible, que intentar "pasar la página" es un esfuerzo inútil. Durante un cuarto de siglo han utilizado todos los recursos para fracturar la voluntad democrática y doblegar el espíritu de lucha del pueblo venezolano, nunca no ha sido posible y nada indica que ahora lo lograrán, justo cuando es ostensible la fragilidad de su piso político. ¡Dios bendiga a Venezuela! La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es richcasanova@gmail.com Colaboración especial para LatinPress® (*) Diputado - CLEANZ Anzoátegui.
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En los regímenes autoritarios suele politizarse al extremo la sociedad y a veces, el difícil arte de la política -oficio noble nunca bien ponderado- queda más en manos de "influecers", opinadores aficionados y "manager de tribuna", que tienen una tendencia a la demagogia: a expresar lo que la gente quiere oír, con una buena dosis de inmediatismo y sin percatarse de que suelen caer en las bien tejidas estrategias del régimen que procuran dividir a las fuerzas democráticas. En un país acosado constantemente, es fácil dividir a las fuerzas democráticas entre radicales y moderados, donde los primeros son los héroes del cuento: su retórica implacable y valiente -usualmente desde el exterior- los presenta como los genuinos defensores de la justicia y la democracia, arrojando un manto de dudas sobre todo aquel que no haga de la estridencia -y a veces del insulto- su básica forma de comunicación. Son ellos y solo ellos, quienes defienden la verdad del 28J, se solidarizan con los presos políticos y con las víctimas de la represión. A estas alturas, ya el lector ha entendido que "el moderado" es el villano de la película. Según la narrativa de "los duros del teclado", estos opositores tienen tendencia apaciguadora, su forma de entender el momento supuestamente deshumaniza a la política y le facilita la acción represiva al régimen. Y así por el estilo, toda una construcción verbal que desacredita a este segmento de la oposición. En la política real no es bueno ni malo, asumir una u otra postura. Hay momentos en que radicalizar nuestra postura es lo conveniente y otros en que la moderación es lo procedente. Ninguna de ellas debe ser una actitud permanente como sugiere la retórica extremista. El eterno radical termina en minúsculos reductos y el eterno moderado termina mimetizado al poder. En ambos casos, inútiles a los fines del cambio político. Lo inteligente es administrar nuestras posturas en función del momento, el clima político, los temas y los roles que corresponda ejercer, todo ello siempre será una consideración estratégica, es decir estará asociada al diseño de un plan y al contexto cultural, social y especialmente ético. Así las cosas, la complejidad del asunto trasciende la ligereza con que se maneja cotidianamente. El tema de los roles es esencial: desde qué posición asumo una y otra postura. La represión brutal a que ha sido sometida la sociedad venezolana, no ha logrado doblegar su espíritu democrático, no ha podido paralizar a las fuerzas del cambio, pero hay que admitir que ha sembrado temores y conducido a líderes sociales, activistas ciudadanos, dirigentes de partido y militantes de la causa, a tomar precauciones. A asumir una actitud moderada que le permita preservar su libertad para continuar la lucha. Desde esta perspectiva, los moderados no son una casta despreciable sino un voluminoso ejército de venezolanos que continúan corriendo riesgos en un frente cotidiano de batalla, tal como se ha convertido la sobrevivencia en Venezuela. Por supuesto, desde la comodidad de un teclado y con la seguridad que le brinda vivir fuera del país, es muy fácil ser un duro radical frente a la injustificable e inocultable violación de derechos fundamentales que sufrimos en Venezuela. Eso es muy fácil pero también es irresponsable y desleal con miles de activistas y millones de venezolanos que -en medio de grandes calamidades- encuentran formas de continuar en la lucha, aprovechando las escasas rendijas de libertad. No estoy en contra de los radicales pues sus posturas son útiles para elevar la presión. Además, comprendo perfectamente su motivación. Estoy en contra de los excesos que sugieren que solo hay una forma de lucha y que conducen a descalificar cualquier otra expresión, con la arrogancia de quien se cree dueño de la verdad. La reflexión del momento debe dar respuesta a la pregunta del título: ¿Radicales Vs Moderados? ¿A dónde nos conduce está pelea? El radicalismo si está investido con la prepotencia y el sectarismo que suele acompañarle, conduce a desconocer la pluralidad democrática y la consecuente multiplicidad de visiones que pueden coexistir en medio de tantas penurias, injusticias y abusos de poder, todo lo cual debería ser el sustrato de una verdadera unidad de las fuerzas del cambio. En su estrategia divisionista, el gobierno ha mantenido la idea de "las oposiciones". Algo que no es cierto: aquí hay una sola oposición, que es plural y diversa es otro asunto. Pero desde sus distintas ópticas, cada quien trabaja para enfrentar a un gobierno y sus aliados -llamados Alacranes- que ha conducido al país a la más pavorosa crisis política, económica, social y moral de nuestra historia. ¿Cuál es la contribución real que aporta esa división que pretende imponerse desde el campo radical? ¡Ninguna! Todo lo contrario, puede ser tremendamente lesiva. El más penoso ejemplo de lo que puede suceder en una sociedad crispada y presionada por los extremos es ese ataque desproporcionado e infundado en contra del Foro Cívico. Sin presentar una sola evidencia, han dicho que desde esa instancia se pretende legitimar al régimen de Maduro, desestimar los resultados del 28J, no reconocer a Edmundo González como presidente electo, "normalizar" la situación e incluso concurrir a unas supuestas elecciones a convocarse este año. En definitiva, una sarta de calumnias que nada tienen que ver con la realidad. Al contrario, hay evidencia de que nada de eso está en la agenda del Foro Cívico. Para solo referirnos a uno de los temas esenciales: si el Foro Cívico reconoce a Edmundo González como presidente electo, destacados voceros han sido explícitos: “Tenemos evidencia de las actas que todo el mundo conoce y las vimos el domingo, no hay duda.... todo esto -lo que hacen- va dirigido a proteger y promover los derechos políticos de los venezolanos que han sido violados”. Y agregan “El Foro Cívico tuvo acceso al monitoreo de diversas organizaciones de la elección, y el país entero sabe lo que ocurrió en la elección. La proclamación de un candidato sin haberse cumplido los extremos de ley que exige la publicación mesa por mesa de los resultados no se ha cumplido. Eso ha generado esta divergencia entre la verdad y la realidad”. Así, todas las demás atrocidades que han inventado para descalificar al Foro Cívico se pueden desmontar de la misma manera, es decir con hechos e información verificable, constatable, proveniente de fuentes identificadas y confiables. Surge entonces la pregunta ¿Cuál es el objetivo de agredir y lesionar la reputación de gente honorable, como muchos de los cientos de ciudadanos, personalidades del mundo académico, líderes sociales y ONGs que se articulan en ese espacio de encuentro para procurar condiciones e impulsar una transición democrática que nos conduzca a superar la tragedia que hoy vivimos en Venezuela? ¿Por qué destruir espacios de interlocución que propicien condiciones de negociación para una salida pacífica a la crisis? Sin obviar la violación de DDHH, sin dejar de ser solidarios con las víctimas y sin abandonar la denuncia como mecanismo legítimo para evidenciar la realidad, ni desmeritar la protesta como herramienta de lucha ciudadana, el Foro Cívico no solo se ha enfocado en generar un espacio de interlocución sino en la construcción colectiva -junto a centenares de activistas sociales de las 24 entidades del país- de una Agenda Social y de Derechos que sirva como base de negociación y hoja de ruta, pues no basta con hablar del cambio sino hay que darle direccionalidad para que éste se traduzca efectivamente en más democracia y mejores condiciones de vida para todos los venezolanos. Preferimos obviar las intenciones de quienes han hilado está calumniosa agresión contra el Foro Cívico y han cerrado las puertas a la tolerancia y el respeto que todos merecen en una sociedad democrática. Difamar a partir de mentiras, chismes o información de fuentes no verificables, es exactamente lo mismo que hace Diosdado Cabello con sus "patriotas cooperantes" desde el canal del Estado. ¿Por qué entonces quienes promueven un cambio van a imitar está conducta, está vez protegidos por un pretendido puritanismo opositor? Esto nada tiene que ver con la cultura democrática que debe privar en el mundo opositor. En definitiva, puede usted no estar de acuerdo con la línea que se impulsa desde el Foro Cívico y tiene derecho a expresar sus diferencias, tanto como los miembros de este espacio de la sociedad civil tenemos derecho a opinar libremente sobre la trágica realidad del país y a actuar de la mejor manera que se considere para superarla. Lo lamentable es que nos vemos forzados a ejercer ese derecho, venciendo la intolerancia de quienes ejercen el poder en Venezuela y al mismo tiempo, a la intransigencia de sectores igualmente radicalizados en el mundo opositor, que actúan con similar prepotencia, haciendo un daño terrible a la UNIDAD que debe inspirar a quienes luchamos por un cambio político pacífico y democrático. ¡Dios bendiga a Venezuela! La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es richcasanova@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
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Hace muchos años, leí un libro extraordinario sobre la estrategia y la política de las minorías, eran tiempos cuando Teodoro decía que "el MAS es como una bicicleta que tiene que pedalear entre dos gandolas", asumiendo sin complejos que su partido era mucho más pequeño que AD y Copei, lo cual se traducía en una campaña política y electoral distinta. Si no podías igualarte en su tamaño a los "partidos de masa", tenías que buscar otras formas de diferenciarte y atraer al electorado. Y de alguna manera, la "campaña bicéntrica" funcionó pues -con un mínimo porcentaje nacional- se logró tener una interesante fracción parlamentaria, además ganar muchas gobernaciones y alcaldías importantes del país. Que después el MAS dejó de ser una alternativa al bipartidismo, es otra historia que tiene mucho que ver con perder el foco y dejarse arrastrar por estériles luchas internas. Valga la lección hoy, como veremos más adelante. En otros países, las pequeñas organizaciones partidistas se sienten orgullosas de llamarse "partido de cuadros", aludiendo nuevamente a la clásica clasificación de partidos formulada por Maurice Duverger. Es decir, asumen su condición y procuran partir de la realidad y aprovechar de la mejor manera sus capacidades y limitados recursos en una estrategia de crecimiento. Así ganan elecciones, sin descalificar. En Venezuela, hoy es otra la realidad. Algunos grupos claramente contrarios al gobierno, incluso algunos que provienen de allá y hoy promueven un cambio, suelen referirse a la Plataforma Unitaria como "la Oposición Tradicional", con un claro sesgo despectivo. Otros se refieren a María Corina Machado como "la señora" y claro que es toda una señora, pero también es evidente el mismo sesgo. Por su parte, los partidos pequeños -que los hay y no es una descalificación- no piensan como un partido de cuadros o en la estrategia de las minorías que aludía al principio. Más bien insisten en descalificar a los partidos más grandes con argumentos tan absurdos como "aquí todos los partidos están destruidos", "no hay partidos grandes, todos son cascarones vacíos", etc. Esa estrategia de "igualarnos todos por abajo" no considera el crecimiento de los pequeños sino la destrucción de los más grandes. Eso es dispararse en el pie antes de la carrera: ¿Cómo gana una oposición si todos los partidos están destruidos? ¿Por qué no pensar en alianzas ganadoras que preserven las fuerzas de cada uno e induzcan el crecimiento de todos? La respuesta es simple: aún no se han superado las mezquindades, prevalecen intereses facciosos por encima del interés nacional. O sea, la UNIDAD es un lugar común en el plano retórico, pero no en la práctica política. Así unos grupos hablan de la "Unidad Superior" y otros invocan algo similar con nombres distintos. A unos y otros hay que decirles que la unidad pasa por reconocer una realidad incuestionable: El liderazgo fundamental de la oposición está sobre los hombros de María Corina Machado (MCM) y Edmundo González Urrutia (EGU) como presidente electo, al menos para buena parte de la comunidad nacional e internacional es así. Les guste o no, es un liderazgo legitimado en primarias primero y luego en las elecciones del 28 de Julio. Desconocer está realidad es buscarle 5 patas al gato. Y políticamente es una inmadurez, una falta de sensatez y una mezquindad. Lo mismo podemos decir de desconocer a la Plataforma Unitaria como el principal centro de dirección política. Más allá de cualquier crítica, gracias a ella hemos llegado hasta aquí: fue posible hacer las primarias, hacer una campaña exitosa en medio de grandes adversidades, defender los votos en las mesas y avanzar en todas las gestiones internacionales para lograr el respaldo que hoy tiene la oposición democrática en la exigencia de que se respete el resultado expresado por el pueblo venezolano en las urnas electorales. Entonces cabe la pregunta ¿Acaso es posible la UNIDAD -superior o como la llames- sin MCM, EGU y la Plataforma Unitaria? ¿O esa unidad debe ser "en torno a nosotros" que representamos algo distinto a la "oposición tradicional" o a "los políticos"? Con el mínimo de sensatez llegaremos a una respuesta racional, obvia podríamos decir. ¡No! En estos días, conversando con uno de estos valiosos grupos minoritarios, me decían "no tenemos problema en reconocer el liderazgo de MCM, EGU y la Plataforma Unitaria pero sumarnos no puede ser un acto de incondicionalidad. Es necesaria una comunicación más franca y tener claridad sobre nuestra participación". No dudé en admitir su argumento como válido, lo que nos conduce a asumir que la unidad requiere de una disposición real de ambas partes. Es cierto que a veces las organizaciones más grandes y sus líderes actúan con prepotencia y su arrogancia radicaliza a los partidos más pequeños, cuyo aporte es esencial en los cruciales momentos que vive la República. El "todos somos necesarios" no termina de asumirse como una práctica política en el mundo opositor y salvó excepciones, vale decir que esa es la conducta dominante. Se requiere entender que la oposición es diversa y coexisten múltiples visiones, que es posible que existan diferentes formas de abordar el problema y que nadie es dueño de la razón. Es indispensable esforzarse en vencer las mezquindades, por ejemplo: yo no milito en el partido de Enrique Márquez, pero no tengo problemas en saludar los esfuerzos que hace y valorar sus iniciativas como positivas, entendiendo que su "apego" a la institucionalidad no significa que ésta exista, ni supone esperar una respuesta de esas "instituciones". Es simplemente otra forma de luchar exactamente por lo mismo que se plantea desde la Plataforma Unitaria. Es deseable -no necesariamente indispensable- que Enrique Márquez sume su esfuerzo a la Plataforma Unitaria y viceversa, lógicamente. Aunque perfectamente pueden coexistir múltiples iniciativas, siempre que el objetivo sea el mismo. ¿Cuál es el problema? Lo que sería inaudito es que el juego de la mutua descalificación termine por lesionar a la causa democrática y no exista un mínimo entendimiento entre las partes. A veces el problema no son los partidos sino los "analistas" que pululan en la galería: no tienen influencia, hablan pendejadas sin saber, no mueven un solo voto, pero hacen mucho ruido. Andan con un hacha en la mano, cazando a cualquier partido, dirigente o grupo de la sociedad civil que no le sea simpático o difiera de su forma de pensar. Se parecen al chavismo y hasta repiten las mismas descalificaciones que pone a rodar el gobierno, mostrando una insaciable vocación destructiva. Se dicen de oposición, pero disparan con saña contra ella y hasta creen que la política es el arte de disfrazar intereses colectivos como intereses particulares, expresiones de la anti política que rayan en la estupidez. En esta materia, el gobierno si aventaja a la oposición: cohesionados por el poder y el dinero mal habido, mantienen la unidad requerida y hacia afuera disimulan sus conflictos, aunque sabemos que existen. En todo caso, no es cierto que todos los partidos en la oposición son iguales o todos están prácticamente destruidos pero esa retórica es suicida, sin dudas. Ahora, si fuera cierto ¿Cómo impulsar entonces el anhelado cambio en Venezuela? Es aquí donde la anti política cree ganar la partida: hablan de soluciones mágicas, de mesías independientes, sueñan con una invasión yanqui y apuntan a salidas extra constitucionales o fantasiosamente subversivas. Afortunadamente esa práctica perversa de deshuesarnos entre nosotros está reducida a grupos minúsculos, sobre todo en las redes sociales. Lo insólito es que pretenden incluso censurar la actuación de la sociedad civil organizada, que no debe asumirse como oposición, ni como gobierno y cuya autonomía conviene respetar. Por ejemplo, nos encontramos con gente que desconoce la cantidad de organizaciones y líderes sociales que se agrupan en el Foro Cívico, así como su democrática dinámica interna, sin embargo -con pasmosa ligereza y sin argumentos serios- se atreven a descalificar a ese espacio de encuentro y sus iniciativas. Espero que no sea envidia y dudo que sea mera ignorancia y más bien pareciera que el régimen ha logrado inocular el virus de la intolerancia en distintas esferas de la sociedad. Y por esa vía, la mezquindad ha ganado terreno. Quizás sin querer, esa irresponsable manera de asumir el desafío de la unidad democrática le hace el juego a la estrategia de "las oposiciones" que tiene en marcha el gobierno. Hay que salirle al paso, excluyendo a los llamados alacranes –pues son parte del gobierno- aquí hay una sola oposición que es inmensa, es una evidente mayoría, amplia, plural y muy diversa. Nos diferencian muchas cosas, pero nos une la urgente necesidad de un cambio democrático en Venezuela y el compromiso con vastos sectores de la población que padecen la severa crisis social y económica. Ciertamente, hoy vivimos una tragedia y nuestro pueblo ha sufrido tanto pero tanto que uno se pregunta ¿Qué hace falta que suceda en Venezuela para que el liderazgo nacional -no solo político- asuma honestamente y con absoluto desprendimiento el compromiso de la unidad y la exigencia de cambio que recorre al país? Para ello hay que ser mucho más tolerante que el gobierno que se aspira cambiar. La unidad es como el amor, no basta con declararlo, sino que debes demostrarlo con acciones a cada paso. Demuestren todos con su actitud que la unidad es mucho más que un discurso. ¡Dios bendiga a Venezuela! La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es richcasanova@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
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A nadie sorprende que el gobierno diga que va a ganar las elecciones. Es parte de la campaña electoral, ningún candidato dice que va a perder, todos, hasta el corre "detrás de la ambulancia", tendrá una narrativa triunfadora. Pero lo insólito y absolutamente irresponsable, es la carga de violencia en la retórica oficialista, sus acciones represivas, su infinita capacidad de mentir y, un cinismo sin parangón. Como el célebre delincuente que intenta confundir, y en medio del tumulto grita: "ahí va el ladrón, agarren al ladrón", ahora el candidato del gobierno, Nicolás Maduro, y sus voceros andan con la cantaleta de que la oposición prepara un fraude. Algo que nadie cree, pero justamente esa es la matriz de opinión que necesita construir quien realmente piensa en imponerse con un fraude, el cual –vista la realidad- tendría que ser descomunal y, por tanto, insostenible. La idea de que la oposición pueda cometer un fraude no resiste el mínimo análisis. ¿Quién puede cometer un fraude? ¿El gobierno que controla al CNE, al Poder Judicial y se ufana de controlar también a las cúpulas militares o, la oposición que no tiene acceso a esas instancias de poder? ¿Quién es sospechoso de querer cometer un fraude: la oposición que ha exigido la más amplia observación internacional o, el gobierno que se niega a ella? La respuesta es obvia. En el plano internacional ¿Quién es el fraudulento: la oposición que ha hecho todo por mantener una mesa de negociación para procurar una elección medianamente transparente y competitiva? ¿O el gobierno que ha irrespetado el Acuerdo de Barbados en todas sus partes, incluyendo la misión de observación de la Unión Europea y demás condiciones que garanticen una campaña en condiciones de equidad? Por mucho que grite, el país sabe quién es el ladrón. Está actitud no es nada nueva. Los venezolanos hemos visto como, descaradamente, han saqueado el Erario, se han desaparecido miles de millones de dólares, mientras el país se ha empobrecido dramáticamente. Pero los responsables de este asalto a la nación tienen el cinismo de calificar de corrupta a la oposición. ¡Insólito! Lo mismo sucede con el virulento discurso del gobierno, quien se ha convertido en el principal promotor de la violencia. Se supone que tiene control de las fuerzas militares, policiales y en todas las instancias de poder; entonces ¿es una oposición "escuálida" y sin recursos la que podría generar actos de violencia? ¿Cómo lo haría? ¿Con el pueblo en las calles? En su desespero, terminan reconociendo que la mayoría respaldaría un cambio. En todo caso, es la oposición la más interesada en una transición pacífica. Pero el gobierno subestima a los venezolanos, cree que somos pendejos para comernos esos cuentos. Desde los tiempos de Chávez, ellos vienen hablando de una "revolución armada" y no es la oposición quien recientemente habló de ganar "por las buenas o por las malas". En fin, a confesión de partes, relevo de pruebas, dicen los abogados. Queda claro quienes tienen vocación para la violencia. En su última patraña el tiro también les salió por la culata: ¿Tan débil está la "poderosa" revolución bolivariana que dos personas honorables, pero con escasa experiencia política y privados de libertad (asilados en la Embajada de Argentina), la pueden desestabilizar por WhatsApp? ¡Ja! Disparan desesperados sus chapuzas y terminan dándose un tiro en el pie. Pero no solo la retórica los delata, también su ejecutoria. Amenazan, persiguen y apresan a dirigentes o activistas de la campaña. Arremeten contra el pueblo humilde como las empanaderas de Corozopando que atendieron a María Corina Machado, el canoero que facilita su modesto transporte, el trabajador que alquila un sonido, a los dueños de hoteles o a cualquier comerciante. Pretenden sembrar terror y luego acusan de terrorista a la oposición. Será inútil, en Venezuela se ha perdido el miedo y paradójicamente, cada acción de este tipo se les revierte, solo estimula a votar contra un gobierno que usa el poder para amedrentar y atropellar. Olvidaron la lección de Barinas, dónde una catarata de abusos del gobierno -durante la ilegal repetición de los comicios- se tradujo en una mayor votación en su contra y una victoria de la oposición mucho más amplia que la anterior. Estás acciones cobardes dejan claro que -ante este panorama electoral- quienes pretenden meter miedo, tienen serios problemas para controlar sus esfínteres. ¿Cuál es la realidad? El gobierno lee encuestas -igual que la oposición- y sabe que Nicolás Maduro tiene un inmenso rechazo y que la ventaja del candidato de la Plataforma Unitaria, Edmundo González Urrutia, es amplia y ostensible. Sabe también que esta será una elección polarizada, dónde la manada de candidatos disfrazados de opositores y financiados por el régimen, los llamados "alacranes", no podrán dividir esta vez la votación de las fuerzas del cambio. Y más allá de las encuestas, ésta es una realidad que se percibe a simple vista, a lo largo y ancho del país, en los barrios y caseríos, en el más recóndito rincón la gente grita " Edmundo pa' todo el mundo". Así las cosas, tenemos razones para ser muy optimistas, pero hay que alejarse del triunfalismo. Lo antes relatado muestra la naturaleza truculenta del régimen, así que hay que ampliar cada día la ventaja, cada voto cuenta y todos ellos deben ser defendidos con firmeza, pero sin violencia. Defender la voluntad del pueblo y garantizar la paz es nuestra misión como ciudadanos. El gobierno se equivoca, aquí nadie se confunde: no importa cuánto griten, todos sabemos quién es el ladrón. ¡Dios bendiga a Venezuela!
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Decía Nelson Mandela que "la política debe ser la expresión más alta del espíritu humano”. Lamentablemente, nuestra realidad actual dista mucho de este ideal. En su lugar, asistimos a una degradación progresiva donde la mentira y la descalificación se erigen como herramientas predilectas, corroyendo los cimientos de la sociedad y sembrando las semillas de la desconfianza y el resentimiento. En esta campaña electoral, el candidato del gobierno insistirá en la impúdica repetición de promesas incumplidas y en la demagógica oferta de solución a los problemas que ellos mismos crearon, por ejemplo: los apagones o el racionamiento eléctrico que es "hecho en revolución", toda vez que antes estaba satisfecha la demanda interna y hasta vendíamos electricidad a Colombia y Brasil. Lo mismo podemos decir de la galopante corrupción, o de la pulverización del salario como consecuencia de la destrucción del PDVSA y en general, de la economía nacional. No existe, siquiera, un área donde el gobierno pueda exhibir resultados positivos, es decir, no tienen gestión que mostrar y ello explica que los discursos de Nicolás Maduro, Jorge Rodríguez y Diosdado Cabello –entre otros- sean una retórica devaluada, cargada de mentiras descaradas y una reiterada descalificación del adversario, plagada de insultos e improperios, lo cual deja en evidencia la pobreza espiritual e intelectual, así como la frágil contextura moral de quienes hoy ejercen el poder en Venezuela. Esta putrefacción de la política tiene un impacto nefasto en diversos aspectos de la vida social. En primer lugar, erosiona la confianza en las instituciones y los líderes, pilares fundamentales para el correcto funcionamiento de una democracia. Cuando la mentira y el ataque personal se convierten en la norma, los ciudadanos se alejan de la participación política, apáticos y desilusionados. Seguramente este precisamente es el objetivo del gobierno: sembrar frustración y desmovilizar al país democrático. En segundo lugar, esa actitud pendenciera obstaculiza el diálogo constructivo y la búsqueda de soluciones consensuadas. La descalificación constante y la demonización del oponente impiden el intercambio de ideas y la búsqueda de puntos en común. En un ambiente tan hostil, las diferencias se agudizan y la polarización se intensifica, imposibilitando el avance hacia un bien común. Tercero, la degradación de la política tiene un impacto directo en la calidad de vida de la población. Cuando la energía se concentra en la confrontación y la búsqueda de réditos políticos, los problemas reales de la sociedad quedan relegados a un segundo plano. La atención se desvía de la educación, la salud, la seguridad y otros aspectos esenciales para el bienestar ciudadano, perpetuando ciclos de pobreza, desigualdad y marginalización. La tendencia del gobierno a la confrontación, es también la explicación de su estruendoso fracaso. Así las cosas, la candidatura de Edmundo González Urrutia es un bálsamo para esta Venezuela fragmentada, y también una oportunidad de oro para revertir este panorama desolador e impulsar un cambio radical en la cultura política impuesta durante estos últimos años. Tenemos al frente un desafío que requiere un compromiso genuino con la verdad, el respeto mutuo y la búsqueda del diálogo constructivo. Los líderes políticos, en particular, tienen la responsabilidad de actuar como modelos de ética e integridad, predicando con el ejemplo y promoviendo valores como la honestidad, la transparencia y la rendición de cuentas. La sociedad civil también juega un papel fundamental en este proceso. La ciudadanía debe exigir a sus representantes un comportamiento ético y responsable, castigando en las urnas a aquellos que incurran en esas prácticas nefastas, antidemocráticas e inmorales. El discurso agresivo e insultante del gobierno nos permite marcar la diferencia. En efecto, el tono conciliador y respetuoso de Edmundo González es expresión del cambio que aspiramos, el cual supone espacios de debate público, bajo una cultura de diálogo y tolerancia que permita encontrar soluciones consensuadas a los problemas que azotan al país. ¡Dios bendiga a Venezuela! La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es richcasanova@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
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Mientras el gobierno negocia tras bastidores con el mismísimo imperio yanqui, como lo ha reconocido el propio Presidente, algunos oficialistas niegan con estridencia –casi con histeria- la posibilidad de una transición a la democracia en Venezuela, uno no sabe si lo hacen para sembrar desaliento en la población, o para sabotearle una salida negociada y honorable a Nicolás Maduro. Además, negar la posibilidad de una transición es un reconocimiento tácito de la naturaleza autocrática del régimen, un contrasentido para un gobierno que procura mantener las formas democráticas en el ámbito internacional y, es un esfuerzo inútil pues la maniobra no ha socavado el sentimiento de cambio instalado en el país como una “tendencia irreversible”. Por ello –pese a los deseos de quienes se aferran a sus privilegios y al poder- hay una posibilidad cierta de que se inicie en Venezuela una transición democrática, lo que está planteado hoy va mucho más allá de cambiar un presidente por otro. Al menos, esa es la aspiración de la inmensa mayoría del país. Las experiencias democratizadoras que conocemos advierten que se trata de un proceso de altísima complejidad pues involucran una diversidad de actores, intereses y objetivos, muchas veces diametralmente opuestos que deben conciliarse con equilibrio, venciendo las tensiones que surgen frente a la necesidad de romper con el pasado autoritario y, al propio tiempo, garantizar la viabilidad política del cambio, es decir, la estabilidad de la naciente democracia. Estas tensiones derivan en intensos debates y presión social, donde los extremos de lado y lado pueden exacerbar sus posiciones al abordar dilemas como amnistía versus justicia, o asumir las polémicas e indispensables transformaciones institucionales y legales. Ya habrá tiempo de profundizar sobre el asunto –algo que haremos en futuras entregas- por lo pronto, nos interesa destacar la fortuna de tener a un hombre como Edmundo González como capitán del barco. En efecto, surge en el horizonte político de Venezuela una figura que habla con prudencia y alimenta la esperanza de un pueblo que anhela el cambio. La candidatura presidencial de Edmundo González Urrutia es mucho más que una promesa, es un compromiso, surge de un amplio consenso y por las circunstancias que la rodean, es también un reflejo del alma venezolana, resiliente y decidida a forjar un camino hacia la libertad. Contrario a lo que algunos puedan pensar, Edmundo González tiene experiencia política y por su dilatada trayectoria diplomática, se presenta como un buen timonel para navegar las turbulentas aguas de la transición democrática. Su paciencia no es pasividad, sino una actitud cultivada y muy útil para unir a un país fragmentado. Sus habilidades de negociación son puentes que pueden conectar voluntades dispares, su talante reflexivo y su dominio prudente del lenguaje es un bálsamo que suaviza las asperezas de esta larga confrontación que hemos vivido y que tiene hastiado al país. Pero más allá de sus competencias técnicas y experiencias, hay que destacar sus cualidades humanas: quienes más lo conocen confirman lo que los venezolanos percibimos a simple vista: un hombre honorable, muy serio, de nobles sentimientos y con honda sensibilidad social. La pasión con la que abraza la causa libertaria es afín a la emoción que palpita en cada ciudadano, así, en Edmundo González, hoy vemos reflejada la mejor versión de nosotros mismos. Ahora, para llegar a la ansiada transición democrática, la primera estación son los comicios del 28 de julio. Como ciudadanos, tenemos un papel crucial en esta lucha. No somos meros espectadores, sino actores de un drama histórico donde cada voto es un verso que cada venezolano escribe en este poema a libertad, digno de Andrés Eloy Blanco. Reafirmar nuestro compromiso con la democracia es validar nuestra fe en nosotros mismos, en nuestro pueblo y en el futuro luminoso que merecemos. La Venezuela que soñamos más que un ideal; es una posibilidad tangible que se nutre de nuestras acciones diarias. Las generaciones futuras nos miran, esperando que seamos los arquitectos de esa nación donde la democracia no sea la retórica vacía del populismo, sino una realidad vívida. Las elecciones serán una dura jornada, no hay espacio para el triunfalismo. Sabemos a qué nos enfrentamos, vienen tiempos difíciles y tampoco es momento para la ingenuidad, pero si para el optimismo. Vamos a ganar, y en esta hora crucial, el valor del pueblo venezolano debe brillar con la fuerza de su historia. No en vano somos la patria de Bolívar, cuyo legado de lucha por la libertad nos inspira a seguir sus pasos. Edmundo para todo el mundo…Y que Dios bendiga a Venezuela! La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es richcasanova@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®