
Latinpress.es 13 / 2 / 2021.
Acabo de leer un libro muy recomendable cuyo título es Los amnésicos. La autora, Geraldine Schwartz, consigue retratar bastante fielmente la responsabilidad del pueblo alemán durante la época nazi que no supo o no quiso enfrentarse a los horrores por todos conocidos, y prefirieron dejarse llevar por la corriente.
El título lo dice todo: Los amnésicos. El libro se lee con interés no sólo porque permite conocer mejor una cuestión dolorosa sino porque, mientras se lee, uno no deja de pensar en España, que también se llenó de amnésicos.
Y, dada la situación actual por la que atravesamos, también es una oportunidad de reflexionar sobre los riesgos del auge de los nacionalpopulismos, y los peligros de la desmemoria histórica que parece instalada en nuestro cerebro.
Quiso la casualidad que, mientras terminaba de leerlo, la amnesia también se apoderara de la actualidad política española.
Un tal Bárcenas se afana en refrescar la memoria de sus compañeros de partido que vieron y consintieron la corrupción al tiempo que ellos responden con su amnesia. “Yo no estaba allí”.
“Ese partido ya no existe”. “Se trata de una trama contra nosotros”. Etc.
Su joven y carismático líder pretende que la inmundicia no le salpique, y se esfuerza en decir que los hechos motivos del juicio ocurrieron en otra era geológica.
Lo tiene complicado el joven líder carismático. Lleva sólo tres años en el pedestal desde que lo entronizaran allí Aznar y M. Rajoy y ya dice no acordarse de ellos.
No han sido tiempos fáciles para él, ciertamente. Gürtel, Bárcenas, el de Valencia y sus trajes, la destrucción de ordenadores, la Kitchen, la caja B, Púnica, Lezo… vistos por separados cada uno de estos casos son graves.
Visto en conjunto tanto estiércol es gravísimo. Sin tiempo para dejar atrás la tropa heredada, se encuentra con el aliento en el cogote de los del ministerio “del anterior” que amenazan con darle un sorpasso y eso le impide encontrar un camino estable en su liderazgo.
Por eso se ve obligado a tener arrancadas de caballo y paradas de burro, en búsqueda de su papel al frente de un partido con vocación de gobierno mientras gesticula, como queriendo deshacerse de su propio pasado. Arre y so al mismo tiempo.
No soy yo la persona indicada para hacerles ver que se equivocan, y que la única forma que tienen para seguir siendo una alternativa de gobierno es romper de verdad con el pasado, y para eso encogerse de hombros o jugar a parecer que lo hacen no es una estrategia adecuada. Ejemplos donde mirarse y aprender no le faltan.
Ahí tienen a Angela Merkel, mujer conservadora y al tiempo valiente que supo cortar de raíz con un pasado que chocaba con la necesidad de justicia y reparación para encontrar el papel de Alemania en Europa y en el mundo.
Si la amnesia hubiera persistido entre los alemanes, Alemania no sería hoy lo que es. Pero supieron pasar página y deshacerse de su propio pasado.
No sólo Merkel, también otros gobernantes que le precedieron pero ninguno con la determinación de esta mujer que va a dejar huella no sólo entre sus compatriotas sino en todos los demócratas.
Hoy por hoy, el 75% de los alemanes apoyan a Angela Merkel.
Un logro casi impensable en esta época en la que el nacional populismo y la polarización fragmentan las sociedades occidentales, entre las cuales está la española.
En España la operación cebolla (que así llamo yo a deshacerse del pasado) está costando lo suyo porque el pasado no pasa. Incluso amenaza con volver que ya es decir.
El sorpasso entre el pasado y el más pasado está a la vuelta de la esquina. No lo deseo porque eso sería malo para España.
Para España lo bueno sería que la derecha fuera valiente para romper definitivamente con los monstruos que son también nuestros. El buen funcionamiento de la democracia depende de cada uno de nosotros pero también del ejemplo que den nuestros representantes.
Miremos todos a Merkel: cabeza fría, sentido de responsabilidad, humildad y moralmente irreprochable. Sólo así un dirigente puede exigirles a sus ciudadanos lo mismo.
Colaboración especial para LatinPress®. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de Latinpress.es
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