En su obra magistral: “Choque de Civilizaciones”, el historiador norteamericano Samuel Huntington, advertía que los conflictos de estas sociedades se agudizarían en el siglo XXI. La razón es el crecimiento de los ciertos países asiáticos en contraposición con las potencias industrializadas de occidente.
Hasta donde se vislumbra, nadie les está quitando nada a los musulmanes extremistas, más bien, se insiste en que respeten las leyes de las mayorías y el criterio o concepto de una democracia.
Los niños musulmanes son sometidos a las llamadas “madrazas” que son escuelas en donde se imparten conceptos radicales y se responsabiliza de todos los males de los árabes al imperialismo norteamericano, en primer término, y a los demás países capitalistas de Europa que, en su momento apoyaron la esclavitud, la exclusión y la explotación. Aunque esos tiempos han sido ampliamente superados, los radicales árabes opinan que se debe exterminar a los descendientes del autoritarismo imperialista, aun cuando muchos ciudadanos occidentales no tengan nada que ver con sus gobiernos.
Hoy, la humanidad está más consciente del gran problema que representan los llamados yihadistas a lo largo y ancho del planeta.
Matan y se matan sin ninguna contemplación y, para ellos, la vida de aquellos que consideran infieles, no tiene ningún significado ni merece ser respetada. La de ellos tampoco, siempre y cuando la sacrifiquen para eliminar a quienes definen como infieles, pero ocurre que desde los tiempos de la Revolución Francesa, se acentuó en la humanidad el respeto por la vida, aun cuando para entonces se practicaba la esclavitud.
Pero desde esa época, la esclavitud fue satanizada y eliminada en la estructura social de las potencias capitalistas, poco a poco creció el concepto de elevar como fin máximo: el derecho a una vida digna.
Como consecuencia de la tonta invasión de George Bush hijo, a la República de Irak, se han desatado fuerzas que se creía estaban dormidas bajo el control de Saddam Hussein. Ahora, hemos heredado el odio de los chiitas contra los sunitas y viceversa, pero es aún peor el resentimiento contra la civilización occidental.
No advierten los yihadistas que en Occidente el respeto a la vida es uno de los valores más importantes y que en la mayoría de los casos, un homicida o un suicida se encasillan como personas socialmente rezagadas e inadaptadas.
Con el horroroso atentado del viernes pasado a la ciudad de París, con un saldo de 129 muertos, cifra que aumentará con el pasar del tiempo, en consideración a las decenas de heridos en estado crítico, el Califato Yihadista acaba de suscribir su propia sentencia de muerte. Nadie va a inmutarse cuando se las naciones hegemónicas pasen factura a esos terroristas desalmados y ningún occidental reaccionaría indignado cuando un dron americano o ruso destruya sus instalaciones militares.
Que estos acontecimientos ocurran en vísperas de celebrarse la magna reunión de la COP 21 (Conferencia de las Partes), de las Naciones Unidas, añaden un justificado factor de preocupación por los niveles de seguridad que deben imponerse para proteger las vidas de mandatarios y personalidades que irán a discutir en París nuevas medidas para proteger a la Tierra del cambio climático.
Primero, las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre del 2001; luego, el atentado a los trenes de pasajeros de la estación Atocha de Madrid, que se conoce como el 11-M, con más de 191 víctimas fatales, en 2004; posteriormente, el atentado contra el semanario satírico francés Charlie Hebdo, que dejó un saldo de 12 muertos, después el bombardeo a los buses en Londres y, recientemente, la explosión del avión de turistas rusos en Egipto, con 224 fallecidos, se completa el terror de los terroristas del Estado Islámico por castigar a los que profesamos una creencia diferente a la de ellos.
Mientras buena parte del liderazgo internacional busca unirse en este esfuerzo supremo por salvar la vida en el planeta, aquellos trastornados terroristas yihadistas marcan el contraste, atizando una guerra entre fieles e infieles, al margen de toda la razón humana y de las dinámicas de la civilización moderna, pretendiendo imponer la barbarie y la deshumanización como pilares de una causa en la que solo parece predominar el desprecio por la vida y por los principios que guían a la mayor parte de los seres humanos.
¿Habrá más? Claro que sí. Esta guerra no ha acabado ni terminará mientras no sea extirpado el tumor terrorista. Si es posible hacerlo o no, es cuestión de occidente, pero hasta entonces, se sufrirá mucho dolor y asistiremos a una guerra sin compasión ni piedad entre los fundamentalistas islámicos y el resto de la humanidad. Publicado en versión resumida en El Telégrafo. Colaboración especial para LatinPress®.
|